viernes, 16 de febrero de 2024

Si nuestra supervivencia fuera importante


Queridos lectores:

Este no es un post cómodo. No sigan leyendo si no se sienten con la presencia de ánimo adecuado. Avisados quedan.

La semana pasada cayó como una bomba la publicación del último estudio sobre un hipotético colapso del brazo atlántico de la Corriente de Lazo Meridional (AMOC).  Y no es porque este tema no haya sido estudiado con intensidad desde hace décadas, sino porque este estudio cierra un frente que aún permanecía abierto en este debate. Durante los últimos años, con la mayor abundancia de datos y mediciones y con mejores herramientas de análisis, se ha ido acumulando cada vez más indicios de que el Cambio Climático podría llegar a ocasionar el colapso de la AMOC. Particularmente relevante fue un estudio publicado el año pasado en Nature Communications que mostraba que el colapso de la AMOC podría llegar a producirse en cualquier momento de este siglo. En aquel momento yo publiqué un post sobre el tema ("Si no es ahora, será después"), el cual les recomiendo que lean ahora si no saben absolutamente nada sobre esta corriente oceánica y las consecuencias de su detención. Y aún no ha pasado un año cuando ha aparecido el impactante estudio de Westen, Kliphuis y Dijkstra en Science Advances, el cual claramente marca un antes y un después.

La importancia del estudio de Westen et al radica en que por primera vez se consigue reproducir el colapso de la AMOC en un modelo de simulación climática de los que usa el IPCC. En el experimento numérico, se aumenta de manera muy lenta y progresiva el flujo de agua dulce que provendría de la fusión del agua continental en Groenlandia y Canadá, mientras que se mantiene una concentración de gases de efecto invernadero y una temperatura constantes y con valores de antes de la Revolución Industrial. Porque el objetivo del experimento numérico no es reproducir lo que está pasando en el mundo real ahora mismo, sino saber si con el forzamiento adecuado el colapso de la AMOC podría producirse, a qué velocidad sucedería y si existen un indicador temprano que nos alerta de la cercanía al colapso. Y aunque el valor de descarga de agua dulce a partir del cual la AMOC colapsa es elevado (unas 80 veces más grande que la descarga estimada desde Groenlandia), lo que se observa es que la AMOC colapsa muy rápido, de modo que antes de 100 años su valor es casi residual, y el grueso de la caída se verifica en menos de 50 años. Por otro lado, se encuentra que el flujo de agua dulce a través del paralelo 34º S es un indicador fiable de la proximidad al punto de colapso, independientemente de sus causas (si es solo el exceso de agua dulce del deshielo continental u otras causas individualmente o combinadas). En la segunda parte del trabajo se toman medidas del mundo real para hacer estimaciones del flujo de agua dulce a través de 34ºS para ver dónde estamos, y aquí es donde se desatan los demonios: el valor actual de ese flujo revela que estamos muy cerca de llegar al colapso de la AMOC, si no es que ya está en marcha. Y que, en todo caso y si no se toman medidas, el colapso comenzará este mismo siglo, en consonancia con el estudio de Ditlevsen & Ditlevsen del año pasado.

He visto algunas críticas quitando importancia al trabajo de Westen et al debido al hecho de que el flujo de agua dulce que provoca el colapso de la AMOC es muy elevado (alrededor de 0,5 Sv o hectómetros cúbicos por segundo) y que por tanto no es realista y que eso significa que no hay un riesgo real de colapso de la AMOC. En realidad quien dice esto no ha entendido el trabajo: como he dicho más arriba, en la parte del análisis con el modelo numérico Westen et al están buscando tres cosas: 1) saber si un modelo puede reproducir un colapso de la AMOC con el forzamiento adecuado; 2) si tal colapso sería rápido; y 3) si existe un indicador temprano de ese colapso que no dependa del forzamiento. Y la respuesta a esas tres preguntas es sí. Después, van a los datos del mundo real y con ese indicador evalúan en qué punto estamos, y el resultado es clara e indiscutiblemente alarmante. Y es que, en realidad, hay muchos factores que están parando la AMOC. Uno de ellos es el agua del deshielo, pero otro que seguramente está siendo más importante (porque afecta a un área mucho mayor) es la reducción del viento en superficie, porque el  viento vuelve el agua más densa por dos efectos: por que la enfría y porque favorece la evaporación, que la vuelve más salina. Y estamos constatando que el viento está siendo anómalamente bajo en esta zona.


En realidad, es muy difícil contabilizar todos los factores y procesos que están afectando la AMOC, y además mucho de ellos son más difusos y afectan a un área mucho mayor que el modelo simple conceptual que se suele usar (cuña aquí: en mi grupo hemos desarrollado un método pionero para poder medir directamente la formación de aguas profundas a través de datos de satélite, y pronto - cuando acabe de revisar yo el nuevo artículo - mostraremos qué está pasando en el Atlántico Norte). Por tanto, lo más sensato es mirar a los indicadores tempranos como el que se ha analizado en Westen et al (que en realidad no es nada nuevo y que hace tiempo que se utiliza como indicador de la estabilidad de la AMOC).

Como el propio artículo de Westen et al muestra, si la AMOC colapsa los efectos climáticos serían catastróficos. Sin el efecto benéfico de esta corriente oceánica, que aporta calor y humedad a Europa, el continente tendería al clima que le correspondería por la latitud a la que se encuentra, similar a la de Canadá o la del sur de Siberia. Las temperaturas en la Europa Central caerían unos 30 grados, el hielo del Ártico llegaría cada invierno a las puertas de París... El continente no solo se volvería más frío, sino también más seco, y probablemente sería completamente inhabitable. Los países del Sur de Europa se quedarían con temperaturas mucho más aceptables, aunque el reto seguiría siendo la escasez de precipitaciones (lo cual dependería de si la corriente del Golfo se debilita mucho o no). Al otro lado del Mediterráneo y en Mesoamérica, las temperaturas se dispararían porque el exceso de calor atlántico no tendría por dónde liberarse. En general las tempestades se volverían mucho más violentas en todo el Atlántico Norte, y por ajuste geostrófico el nivel del mar en esta zona subiría al menos 70 centímetros. Pero lo peor sucede alrededor del Ecuador: el recalentamiento del Trópico de Cáncer empujaría la Zona de Convergencia Intertropical varios centenares de kilómetros hacia el sur, lo cual desplazaría el monzón sudamericano (acabando con la selva amazónica), el africano (acabando con la selva africana) y el indio (comprometiendo las cosechas en ese subcontinente habitado por 1400 millones de personas). Lo peor del asunto es que hay muchos síntomas de que esto está comenzando a suceder: sequía en Europa y en Mesoamérica, desplazamiento de la ZCIT, sequía en la India, recalentamiento del agua superficial del Atlántico Norte...

Bien, hasta aquí la justificación de por qué el artículo de Westen et al es tan importante y el diagnóstico de la situación.

La pregunta natural ahora es:

¿Qué podemos hacer para evitar esta catástrofe? 

Eso si es que siquiera es evitable; si no, la pregunta es:

¿Qué podemos hacer para adaptarnos a esta catástrofe?

Teniendo en cuenta la magnitud del problema, cualquier propuesta tiene que tener también una dimensión comparable a lo que se quiere hacer frente.

Algunos políticos de poco fuste pero mucha mala fe han intentado aprovechar la noticia para intentar una vez más impulsar su fallida agenda industrialista, apostando de nuevo por más aerogeneradores, más placas, más coches eléctricos, más hidrógeno verde, más país, más planeta y si te descuidas pronto más galaxia. No son conscientes del ridículo que hacen con su cortedad absoluta de miras y su rigidez mental delante de la complejidad  y variabilidad de los retos en el mundo real.

Otros políticos con todavía peor intención, y su caterva de trolls (los que están a sueldo y los voluntarios entusiastas, que también los hay) optan por redoblar los cantos de sirena del negacionismo climático, tildando estos estudios de exagerados y apocalípticos, de dogma climático y de impulsar una agenda de tintes comunistoides con esta excusa.

Pero mientras unos y otros rebufan por los dos lados del espectro político, el poder económico ha tomado buena nota de los estudios y es perfectamente consciente de lo que hay en juego. De hecho, yo diría que en (ciertas) altas instancias hay ahora una visible incomodidad que poco a poco se va tornando en pánico.

Desde el punto de vista de esta gente, la que realmente rige los destinos de nuestra sociedad, la aproximación lógica a este problema es apostar por la geoingeniería, es decir, la modificación artificial del clima basada en un despliegue masivo de medios de todo tipo. Para ellos, éste enfoque es el lógico porque, aparte de implicar no cambiar para nada la deriva del sistema económico actual, se está creando toda una nueva oportunidad de negocio. Ya hace tiempo que se le hace publicidad a este tipo de "solución" y se intenta presentarlo como una opción viable y razonable. Estoy seguro de que a partir de ahora se van a redoblar los esfuerzos para que la opinión pública lo acepte como "la solución natural". El problema con la geoingeniería es doble: por un lado, se generan efectos secundarios indeseables e impredecibles, porque no tenemos ni una comprensión tan completa ni un control tan total sobre los procesos involucrados; por el otro lado, la escala a la que se tendrían que desplegar estas medidas para que tuvieran algún efecto es tan colosal que no es factible físicamente, no digamos ya económicamente. Quizá las únicas medidas que podrían crear un efecto a la altura de lo que se necesita sería quemar todos los bosques del mundo o una guerra nuclear - y creo que en esos dos casos los efectos indeseados resultarían bastante evidentes hasta para los más cerriles.

Un plan sencillo.

Podría pensarse que no hay nada que hacer delante este gigantesco problema, y que por tanto estamos condenados.

Nada más lejos de la realidad, al menos desde el punto de vista material, técnico. Salvo si realmente ya hemos superado un punto de irreversibilidad, aún estamos a tiempo de parar esto. Físicamente, aún es posible. Y ahora explicaré cómo.

Sé bien que los que braman desde lo que ellos llaman izquierda tacharán esta propuesta de "ingenuidad política". Cabe preguntarse si lo que ellos hacen no es todavía de una mayor ingenuidad, teniendo en cuenta que no consiguen cambiar nada. Mejor intentar cambiar algo y fallar que no intentarlo absoluto.

Por su parte, los que braman desde lo que ellos llaman derecha tacharán esta propuesta de "agenda globalista socialista davosiana comunista para acabar con la libertad" y no sé cuántos disparates más. Creo sin embargo que la destrucción de todo restringirá muchísimo más la libertad de las personas y las oportunidades de hacer negocios.

En todo caso, como es más que previsible que habrá una fortísima oposición por motivos ideológicos y para nada basados en la evidencia científica, y debido a que el esfuerzo que se requiere es escala planetaria, la primera cosa que creo que se debe hacer es dedicar un par de años a hacer todo el trabajo científico y técnico de evaluación de la magnitud del problema y llegar a un consenso sobre el estado actual y los riesgos potenciales. Quizá no tenemos esos dos años para perderlos, pero me temo que no tenemos elección, teniendo en cuenta cómo funcionan las comunidades humanas, incluyendo las científicas.

Una vez concluidos los trabajos de la comisión científica, se tendría que celebrar una gran conferencia planetaria, que forzosamente debería durar muchos meses, con grupos de trabajo verdaderamente interdisciplinares y sin la habitual injerencia de intereses espurios rebajando el tono de los textos. Esta conferencia debería salir con medidas concretas, concisas y de carácter fundamentalmente técnico.

En cuanto a las medidas, lo que se podrá discutir cómo se reparten pero la cosa es bastante simple: tenemos que reducir con carácter inmediato las emisiones de CO2 en un 90%. "Inmediato" quiere decir a la mayor brevedad, y por poner un plazo antes de un año. Luego, de manera más paulatina, habría que ir reduciendo el 10% restante. Haciendo eso, y teniendo en cuenta los mecanismos naturales de la Tierra de reabsorción de CO2, en un par de décadas deberíamos comenzar a notar efectos positivos y, si hemos tenido suerte, habríamos evitado el peor escenario.

Para que quede claro, esto no es decrecimiento. Esto es tirar a fondo y a la desesperada del  freno de emergencia. Con el decrecimiento se busca conseguir de manera paulatina y progresiva un descenso material y energético de manera que no se comprometa el bienestar de la gente. Aquí no. Aquí se alteraría de manera drástica y radical las condiciones de vida de todo el mundo,  sobre todo en los países más opulentos. Hay que ser honestos: la calidad de la vida bajaría. Todo estaría racionado, hasta los alimentos y el agua. Sería implementar una economía de guerra, con una obsesión que dominaría todas las acciones e intenciones, luchar para evitar esta catástrofe.

No es un escenario cómodo, agradable y progresivo lo que se ofrece. Es simplemente la única manera que tenemos de intentar evitar lo peor, y  es la única manera que está a la altura del tamaño y la gravedad del problema que nos desafía. Por eso es duro y desagradable, porque el peligro que afrontamos es muchísimo peor.

No es el futuro que querríamos, es el futuro que podríamos tener. El único realmente viable.

Sí, ya sé lo que dirán. Que no es políticamente viable. Que nunca se hará. Ahora vuelvan al principio del post y miren el mapa de cómo quedará el mundo. Piensen en los 3.000 millones de personas que se verán directamente impactadas por esta tragedia y que probablemente tendrán que abandonar sus lugares de residencia. Sí, lo que propongo es una locura. Pero no hacer nada y que sobrevenga esto es una locura mucho mayor. Tendremos que acostumbrarnos a luchar por estas locuras que nos ofrecen un futuro incómodo e indeseable si queremos simplemente tener un futuro.

Ya les dije que éste no era un post cómodo.

Por terminar: siempre me ha fascinado un libro de John Michael Greer que leí hace años. "La riqueza de la naturaleza: economía como si la supervivencia importase". Con mucha finura, JMG plantea el problema desde el propio titulo. Porque efectivamente el planteamiento económico habitual es que la supervivencia, tanto la nuestra como la del resto de seres vivos que nos acompañan en este planeta, no es algo que deba ser tenido cuenta. Por eso no podemos entendernos: nosotros hablamos el lenguaje de la vida y lo vivo, los otros, no. No sé de qué hablan, pero sé que no es de la vida.


Salu2.

AMT

P. Data: Otro día, si acaso, les contaré que por lo que parece el brazo sur de la MOC también está colapsando. Cosa que sé porque en este caso se trata de mi propio trabajo con investigadores del National Oceanographic Center of Southampton.

jueves, 8 de febrero de 2024

El coste de negar el decrecimiento

Queridos lectores:

En los últimos dos meses, he tenido ocasión de participar en varios programas de televisión y radio de alcance nacional (español). En todos ellos hemos hablado sobre decrecimiento, siempre con la excusa de las palabras de la reina de España pero siempre yendo bastante más allá en la discusión. Yo habría preferido mil veces que hubieran hablado con los académicos que en España han trabajado (Joan Martínez Alier) o trabajan (Giorgos Kallis, Jason Hickel, Xoan Doldán, Óscar Carpintero, Íñigo Capellán, etc) sobre el decrecimiento y que tienen no pocos trabajos técnicos y prácticos sobre la cuestión; pero el problema es que los medios de comunicación prefieren hablar con aquellas personas en las que por una u otra razón se ha fijado la atención pública. Así que he intentado defender lo mejor que he podido la idea del decrecimiento, pensando que en todo caso en este momento lo importante es introducir el concepto en la discusión pública y ya vendrán más adelante quienes ampliarán los horizontes.

Lo más curioso del momento actual es cómo la palabra "decrecimiento" está saliendo con mayor frecuencia y en los lugares más insospechados. Hace unos días, en una entrevista a Salvador Illa, líder de los socialistas catalanes y previsible candidato a presidir la Generalitat de Catalunya, él proponía su modelo de desarrollo: candidatura para unos próximos Juegos Olímpicos de Invierno (en una comunidad donde la nieve escasea en las montañas), extensión de la tercera pista del aeropuerto de El Prat (sobre el mar, cuando se anticipan eventos cada vez más extremos y ya será difícil mantener las infraestructuras actualmente existentes) y un macrocasino cerca de Barcelona (¿para atraer más turistas? ¿En una ciudad ya desbordada por la presión turística? ¿Y qué tipo de turistas? Y por no hablar por la más que previsible disminución del turismo en una situación de desindustrialización en Europa y recesión continua...). El caso es que de repente y sin venir a cuenta el Sr. Illa dijo que no se podía aprovechar la sequía (en Cataluña está batiendo marcas históricas, 3 años seguidos ya) para "intentar imponer el decrecimiento". Es un doble lapsus muy interesante, el del Sr. Illa. En primer lugar, porque como es obvio nadie impone el decrecimiento: como mucho, se estará proponiendo desde algunos círculos académicos, pero desde luego no desde ninguna estructura de poder real. Que el Sr. Illa diga esto significa que se siente amenazado por esta idea del decrecimiento, hasta el punto de que cree que se intenta imponer de alguna forma. La segunda parte del lapsus es que, trasponiendo los términos de su frase, se entiende que el Sr. Illa cree que sí que se puede intentar imponer el crecimiento.

El problema con el crecimiento es que no se puede imponer, menos aún que el decrecimiento. Y es el que el crecimiento requiere de unos condicionantes físicos: tiene que haber disponibles cantidades crecientes de energía y recursos (solo para empezar y por no hablar de las limitaciones ambientales, cada vez más determinantes). Y dado que eso es lo que empieza a escasear de manera más notoria, el problema es que el crecimiento no se produce por pura imposibilidad física. Por eso el Sr. Illa se siente amenazado, pero no comprende que lo que atenta contra el crecimiento no es el decrecimiento, sino la Termodinámica (o, en última instancia, la propia idea de crecer para siempre en un planeta finito, ahogada en sus propias e irresolubles contradicciones).

Por su lado, los pelmas de siempre y algunas nuevas que se quieren subir al carro de hacer méritos siguen con la tabarra de llamar colapsistas o similar a los decrecentistas (y con un accésit especial de incordiarme en las redes sociales con esta murga: parece ser que tocarme directamente las narices a mi forma parte del training para conseguir según qué cargos en la administración). Últimamente, como el término "colapsista" ha quedado un tanto desgastado por el manoseo ventajista de algunos políticos disfrazados de académicos (hasta el punto de que yo diría que, en parte por ese machuconeo obsesivo, lo de ser colapsista está ganando cierto glamour; tiene mérito la torpeza de esos políticos que están convirtiendo al pobre y pionero Félix Moreno en oscuro objeto de deseo - un cariñoso saludo a Félix desde aquí), nuestros y nuestras inefables están volviendo al más clásico "apocalíptico" (aunque tampoco falta el original que va y le explica a mi hija que yo soy un "trumpista colapsista" - vaya Vd. a saber qué coño quiere decir eso, aunque estoy seguro de que en su cabeza sonaba tan bien como su modelo energético para Cataluña en un Excel de 5 columnas). Claro que si siguen en ese camino de retroceso terminológico acabaremos en el más clásico "disidentes" o inclusive, yendo ya a los que nunca pasan de moda del todo, "herejes". Resulta particularmente ridículo que algunas de las que con la palabra "apocalíptico" azotan esgrimen que no hay ningún problema con la producción de petróleo, y que más bien el problema es que no se acaba de reducir su consumo. Y dicen eso en un momento en que la producción mundial de petróleo (bien, crudo más condensado, que es lo que puede convertirse en combustible líquido) puede haber caído ya el año pasado más de un 4% con respecto a los máximos de 2018.

Imagen de https://peakoilbarrel.com/september-world-oil-production-rebounds/


No solo eso, sino que actualmente se anticipa que la caída de la producción de petróleo va a acelerarse en los próximos años: Arabia Saudita renuncia a sus planes de expansión de producción y en EE.UU. se anticipa un cierto frenazo en la producción de fracking (y no pierdan de vista la suspensión de nuevas exportaciones norteamericanas de gas natural).Y eso por no hablar de los numerosos países que están experimentado una escasez nunca antes vista de combustibles, particularmente diésel (por algo será), peligro que acecha también a Europa y máxime cuando una de las reclamaciones repetidas en las protestas de los agricultores estos días es la de una rebaja en el precio del diésel. Por eso, resulta sorprendentemente necio negar los datos que muestran que lo que está costando mantener es la producción de petróleo, y no precisamente su consumo, por más deseable que sería que fuera este último el que estuviera cayendo.

También es característico de estos futuros subdirectores generales de algo (esa nueva clase hispánica, los subdalgos) el considerar que la única opción que existe para luchar contra el Cambio Climático es apostarlo todo al modelo de transición energética basado en la Renovable Eléctrica Industrial (REI). El REI consiste en un modelo de grandes parques de generación eléctrica renovable, distribuida a larga distancia a través de la red de alta tensión hacia los actuales grandes centros de consumo y producción industrial. El problema con el REI son las mismas preguntas incómodas que formulábamos hace 3 años y que siguen siendo vigentes hoy en día. Peor aún, cuando cada día que pasa se acumula la evidencia de que el modelo REI no funciona: ahí tienen a Gamesa perdiendo otros 426 millones este último trimestre y con la amenaza de una demanda colectiva por daños y perjuicios de sus aerogeneradores defectuosos, a Örsted suspendiendo dividendos al menos hasta 2026 y retirándose de España y Portugal y a la deuda astronómica de Acciona, además de los crecientes curtailments a la solar. Todo eso en un contexto en el que el consumo de electricidad a través de la red de alta tensión lleva cayendo, con altibajos, desde 2008: 

Evolución del consumo eléctrico en España a partir de REE. Cortesía de Sergi Saladié.

16 años ya, tiempo más que suficiente como para cuestionarse si realmente funciona el modelo de sustituir todo el consumo energético por electricidad renovable generada en grandes parques, y si se van a cumplir alguna vez las eternas promesas del coche eléctrico y del hidrógeno verde (que tienen ya décadas de recorrido con limitado progreso, por más que se intenten vender como apuestas recientes y prometedoras).

Me gustaría poder encontrar un nombre con el cual designar a los adalides del REI, pero es complejo porque, cuando se examinan con cuidado sus biografías, se encuentra que son muy dispares y variopintas: desde anarquistas partidarios de la acción directa reconvertidos a europeístas recalcitrantes hasta directores generales de entes vinculados a combustibles fósiles ahora defensores a ultranza de las "energías verdes", pasando por economistas que desconocen cuál es la unidad internacional para la energía, empresarios de empresas muy contaminantes que son ahora ejemplo de transición verde o ingenieros antaño antinucleares y hogaño talibanes, pasando por una extensa caterva de oportunistas y business makers, y un número decreciente (a medida que van viendo el percal) de personas que apuestan por el REI de buena fe. En pos de ese término común, examinamos qué iguala a esta gente tan diferente. 

La primera cosa es su fe inconmovible en el REI: para ellos, transición energética es igual a REI. No solo eso, sino que "renovables" es igual a REI. Por eso, cuando alguien critica, aunque sea de manera razonada y argumentada, al REI, en seguida se le tilda demagógicamente de "antirrenovable", como si no hubiera ninguna otra manera de explotar la energía renovable. Al mismo tiempo, creen (o dicen creer) que la única solución al problema del Cambio Climático es el REI y que, de hecho, el REI solucionará automáticamente todos los problemas ambientales que tenemos o podríamos tener.

El segundo rasgo distintivo de este colectivo es su absoluto desprecio a toda evidencia científica o técnica que contradiga o ponga en peligro su visión REI. Es en cierto modo consecuencia del primer rasgo, pero si bien cuando aplican su primer rasgo abundan en argumentos de carácter más o menos técnico y apelaciones a la ciencia, en este segundo rasgo, de manera contradictoria, se niega toda validez a la ciencia presentada, en muchos casos sin más explicación y en todos casos sin ninguna argumentación científicamente consistente. Peor aún, son capaces de usar los mismos argumentos demagógicos (llamar "antirrenovables") del primer rasgo pero contra los científicos que denuncian las incongruencias del REI. Pero como en este caso resulta más difícil argumentar en su contra, es aquí donde redoblan su apuesta y es cuando aparecen los términos "apocalíptico" y "colapsista" (fíjense como se lo suelen aplicar principalmente a académicos, por razones que en su día ya comenté).

El tercer rasgo es que su modelo REI se apoya siempre en grandes empresas. De hecho, suelen poner todo tipo de pegas a modelos tipo comunidades energéticas, a veces con un actitud bastante agria. Su modelo es un modelo a lo grande, de la industria y para la industria.

Conocidos estos tres rasgos podemos buscar ya un término que defina a las personas que muestran estas actitudes. Se podrían escoger otros quizá, pero yo voy a preferir el de "industrialistas", por ser quizá el más aséptico. Para esta gente, el único modelo que vale es uno de características industriales, fundamental para mantener el sistema industrial actual. En el fondo esta gente son extractivistas y su objetivo, aunque sea inconsciente, es continuar con el saqueo del planeta. Además, la visión industrialista es la visión del poder político, da igual quien gobierne, porque es la visión del gran poder económico. O sea que en el fondo estas personas están a favor del mantenimiento del status quo político y económico.

El problema comienza cuando la disfuncionalidad del REI ya no puede ser disimulada. Por un lado, no se está produciendo ninguna sustitución energética, y en los países occidentales en los que ha habido recientemente un incremento porcentual del consumo de energía renovable es habitualmente porque cada vez se consume menos energía. Por el otro, el modelo REI es un modelo colonizador, extractivista y ambientalmente muy poco respetuoso, y se está aplicando despiadadamente sobre todo en zonas rurales, donde las inconsistencia del modelo saltan a la vista (no siendo la menor de ellas que crea más problemas ambientales que los que dice resolver). Y por último, como empieza a haber un problema real de acceso a los recursos por el encarecimiento energético y en algunas zonas incluso falta de abastecimiento, se empiezan a crear problemas nuevos.

La tormenta perfecta de todas esas contradicciones se ha encontrado en el sector primario y particularmente en los agricultores y ganaderos. La escasez de recursos ha llevado a la subida del precio del gasoil, de los fertilizantes y de las semillas Los problemas ambientales han llevado a nuevas y más estrictas regulaciones ambientales, que son necesarias pero que han sido mal explicadas y peor acompañadas, en aras del sacrosanto libremercado que no es tal; y a lo que ahora se ha añadido a la sequía que afecta a toda Europa y especialmente a ciertas zonas de España. No solo la sequía: la alteración de los patrones climáticos (30ºC se han registrado este enero en algunos puntos España) está causando problemas graves en las cosechas. Y como guinda del pastel, el saqueo indisimulado que representa el REI.

Llevamos meses explicando que el campo lo está pasando mal, que los costes se disparan y que las cosechas menguan, mientras los intermediarios mantienen o incluso aumentan sus márgenes. La lógica de la explotación capitalista ha llevado a considerar que era más importante el REI (por su promesa inalcanzable de garantizar la continuidad al sistema industrial) que mantener el sector agropecuario. Hasta que las gentes del campo han dicho basta y se han rebelado, por toda Europa.

Algunos medios se quejan de que los agricultores están siendo manipulados y mediatizados por la extrema derecha, y que incorporan en su discurso diatribas absurdas contra la Agenda 2030 o contra la inexistente manipulación climática vía chemtrails (un mito de largo recorrido y con interpretaciones que han variado con el tiempo). Pero, ¿qué esperaban? Nadie ha querido acercarse a ver los problemas de este colectivo. Nadie ha tenido el valor de explicar que el gasoil va a seguir caro porque escasea, que fertilizantes y semillas van a seguir caros porque escasea el gas natural, que los pesticidas nos están matando a todos... Son muchos años ocultando la verdad, ¿cómo se podrían reconocer todas las mentiras de golpe? Los agricultores solamente quieren recuperar su antiguo modo de vida, que dejen de atropellarles y que les respeten.

¿Quién va a tener valor para decirles que va haber que transformar radicalmente la agricultura y la ganadería para adaptarlas a un descenso en la disponibilidad de recursos que es inevitable?

¿Quién va a tener el valor de decirles que el Cambio Climático les va a hacer la vida mucho más difícil y las cosechas más inciertas, después de décadas de negar los problemas e incluso ahora, en medio de una sequía nunca antes vista, aún se intenta hacer ver que no es tan grave?

Los agricultores y ganaderos deberían sentirse arropados y acompañados por el conjunto de la sociedad. Una sociedad que ha de estar dispuesta a pagar el precio real de la producción agropecuaria, aunque los alimentos tengan que aumentar mucho de precio (o precisamente porque deben aumentar mucho de precio). Hay que abandonar la fantasía tecnócrata de los economistas liberales que piensan que aquí es preferible que sacrifiquemos el sector primario en aras de la industria, porque un país que descuida su producción de alimentos está condenado

Ahora vayan los industrialistas a los agricultores y ganaderos y explíquenles que hay que apostarlo todo al REI, aunque sabemos que no funciona, aunque cause grandes impactos ambientales, aunque a ellos no les abarate costes. 

Ahora vayan a los agricultores y ganaderos y explíquenles que tenemos que sacrificar su sector para intentar sacar adelante el REI, que ya importaremos los alimentos de fuera, que lo importante es la industria, aunque todo indica que el REI no está evitando (ni evitará) el hundimiento industrial de Europa.

Ahora vayan a los agricultores y explíquenles que Vds. se han equivocado y que ellos van a tener que seguir pagando el pato.

Éste es el coste de negarse a aceptar que el decrecimiento es la única solución real a nuestros problemas. Un decrecimiento que para ser tal debe ser democrático y planificado; si no, es empobrecimiento, no decrecimiento. Un decrecimiento que es un plan de gestión de las dificultades que tendremos informando honestamente sobre los retos presentes y futuros, y tomando entre todos las decisiones más justas para afrontarlos.

Los verdaderos apocalípticos, los verdaderos catastrofistas, los verdaderos colapsistas, son quienes apuestan por el REI a pesar de la clamorosa evidencia de su fracaso y que se niegan a rectificar. Porque son ellos los que nos llevan al hundimiento de nuestra sociedad.

Salu2.

AMT


martes, 9 de enero de 2024

El pico del diésel: Edición de 2023



Queridos lectores:

Una vez más, Rafael Fernández Díez nos ha hecho el favor de estudiar los datos de la Joint Oil Data Initiative para analizar cómo evoluciona la crisis de los combustibles derivados del petróleo, y particularmente del diésel. Este año el análisis es un tanto más complicado que en los años anteriores, y nos depara varias interesantes sorpresas. Aunque se haya publicado en 2024, lo consideraremos la edición de 2023 porque probablemente a finales de este año se publique una nueva edición.

Les dejo con Rafa.

Salu2.

AMT

Introducción

La edición de este año del estudio del diésel nace de la fusión del artículo que se redactó para el año 2022, que no se pudo publicar por motivos personales, y el del año 2023, con lo que las apreciaciones que se hicieron el año pasado, aún siendo válidas para éste, han sido mejoradas y ampliadas con el devenir de los acontecimientos. Seguramente me haya dejado algunos datos por el camino y es que tengo la impresión que desarrollar profusamente cada apartado podría dar lugar a todo un libro, lo que excede del objetivo de este artículo, así que vayan por delante mis disculpas por la longitud del texto.

Esta edición tiene la particularidad de que he tenido que acabar mientras estaba en el hospital, cuidando a mi mujer y a mi hijo recién nacido. Espero que sirva para despertar conciencias y para hablar de los problemas por su nombre con el fin de enfrentarlos y conseguir un futuro mejor para todos y no sólo para unos pocos, aunque todo apunta a que nos espera un futuro más bien negro.

Los lectores que se hayan incorporado a este blog durante este último año quizás se pregunten porqué se menciona frecuentemente el diésel como talón de Aquiles de nuestra sociedad. Este combustible fósil no es un combustible más, sino que es uno de vital importancia para la sociedad industrial y de consumo que hemos creado entre todos.

Durante la última década hemos venido haciendo este seguimiento a la producción del diésel y habiendo concluido el año 2023 vamos a actualizar los datos disponibles para este combustible en este artículo, aunque también es cierto que es interesante aprovechar el momento para ampliar un poco más la mirada hacia otros combustibles vitales para el funcionamiento de nuestro sistema socioeconómico.

Para aquellos que no conozcan la saga publicada sobre el pico del diésel pueden consultar las anteriores ediciones en los siguientes enlaces:

Si alguien se pregunta por qué es de vital importancia para nuestro sistema este combustible es por que no se ha parado a pensar en la intensa utilización que hacemos de él. El diésel se utiliza profusamente para el transporte de mercancías y, en menor medida, para el de personas, pero también se utiliza en la maquinaria pesada que trabaja en nuestros campos de cultivo, como los tractores o cosechadoras, así como en toda la gama de maquinaria de obra civil que construye nuestras infraestructuras, como carreteras, ferrocarriles, caminos o edificaciones de todo tipo, por no hablar que es imprescindible en los trabajos de minería actuales. Este último uso no es baladí puesto que, gracias a la minería, extraemos enormes y variadas cantidades de minerales de los cuales obtenemos casi la totalidad de los elementos de la tabla periódica que son necesarios para los desarrollos tecnológicos más modernos y prometedores.

El diésel se ha convertido, de forma directa o indirecta, en un componente básico para la industria y para el transporte puesto que proporciona el mejor rendimiento en los potentes motores que tienen que soportar duras y largas jornadas de trabajo. Todo ello, como es predecible, de la forma más económica posible.

Nuestro sistema socioeconómico, basado en el crecimiento sinfín, necesita un flujo de diésel confiable, pero también en continuo aumento porque, de no ser así, deben aparecer problemas en todas las actividades económicas puesto que los de unas afectan a otras como eslabones de una ramificada, enorme y compleja cadena. Esta alta complejidad ha favorecido la eficiencia y la productividad a costa de la resiliencia. En definitiva, nuestra sociedad industrial y de consumo se ha vuelto muy sensible y el suministro de energía abundante, barata y altamente disponible es su eslabón débil y opaco a la sociedad.

En el fondo, y desde siempre, lo que importa es el ritmo al que somos capaces de hacer llegar al consumidor las materias primas, ya sean minerales o energéticas, y no importa mucho, por no decir nada, la cantidad que pueda haber en el subsuelo.

En estos dos años que han pasado desde nuestra última revisión de este combustible, las noticias sobre la escasez del diésel en particular, o de los combustibles comunes en general, no han dejado de aparecer en los medios de comunicación. Cierto es que no abren las portadas de los telediarios ni de los diarios, pero allí están, para quien las quiera buscar. Esta falsa sensación de normalidad que disfrutamos en Europa en general, o en España en particular, esconde graves problemas de suministro mundial que afectan muy seriamente los procesos productivos claves de muchos países.

Veamos el ejemplo de Argentina, entre muchos otros ejemplos que podríamos mencionar. Los problemas allí de suministro de diésel son continuos y persistentes en el tiempo, tal y como podemos ver en una noticia de junio de 2022 o en esta otra noticia de septiembre de 2023 donde se muestran los problemas graves en la recolección de alimentos. El gobierno argentino se ha visto obligado a autorizar el uso de diésel de peor calidad, dado su alto contenido en azufre, allí donde su uso estaba prohibido por su elevado grado de contaminación respecto al diésel de mejor calidad, con el fin último de aliviar la escasez que están sufriendo de este combustible. Estos problemas repercuten en la cantidad de alimento cosechado, en su capacidad de exportación y, lógicamente, en sus precios, lo que influye negativamente en el coste de la cesta de la compra, en el mejor de los casos, y en que alguien pase hambre en el peor. Aún peor, los transportistas se ven forzados a reducir sus márgenes, ya sean autónomos o asalariados, porque el sistema económico, con el fin de aumentar o mantener los beneficios, va minimizando las pérdidas en los procesos hasta tal punto que les cuesta mucho esfuerzo hacer su trabajo. Esto se traduce en un empeoramiento de las condiciones laborales para compensar los incrementos de los costes, lo que les empuja a protestar con huelgas que interrumpen el suministro de productos provocando escasez en las industrias y al consumidor final. Una búsqueda en un navegador de internet cualquiera con las palabras “Nadie quiere ser camionero” les ilustrará una parte del problema.

Como siempre, el estudio de este artículo se basa en los datos extraídos de la Joint Oil Data Initiative (JODI), siendo los últimos datos consultables los pertenecientes al mes de septiembre de 2023. Como ya sabemos, los datos de los últimos meses tienen sus limitaciones, por incompletos pero, como siempre, esta limitación es persistente a lo largo de los años, como ya se ha comentado en otras ediciones, y no invalidan las tendencias observables. No obstante, con cada edición se vuelven a cargar todos los datos disponibles, con lo que las posibles subestimaciones de una edición concreta, quedan corregidas en la siguiente. En cualquier caso y como se ha comentado, el estudio no pierde validez dado que estas correcciones no suelen afectar las tendencias observadas, que es lo realmente importante, tal y como veremos más adelante en detalle.

En la última edición se amplió el estudio a otros productos, aparte del diésel, con el objetivo de intentar tener una fotografía algo más precisa y en esta revisión de la base de datos de JODI cabe destacar, principalmente, la desaparición de todos los datos de Rusia desde abril de 2023. Es fácil intuir que muy posiblemente Rusia ha dejado de colaborar con JODI desde este mes como respuesta a las sanciones económicas que llevan a cabo los países de la OCDE contra este país con motivo de su operación especial en Ucrania, tal y como se puede comprobar en la tabla de “compromiso” con JODI, donde Rusia está calificada como muy poco colaborativa para el período que va desde enero hasta junio de 2023. Que no aparezcan los datos de Rusia no significa que haya dejado de producir, así que sólo implica que ahora es más difícil seguir la pista a los productos rusos. De hecho no se observa un aumento apreciable en las importaciones de otros países y quizás no deberíamos esperarlo tampoco, puesto que ya antes importaban productos rusos, pero el producto ruso faltante puede dar lugar a interpretaciones erróneas. En todo caso, se comentará específicamente esta problemática en el producto analizado.

De igual manera que en otras ediciones se muestran los datos de los valores mensuales, que provocan ruido pero permiten ver detalles, y los desestacionalizados durante un año, que reducen el ruido y la precariedad de los datos finales, lo que ayuda a tener una visión más limpia y coherente de lo que está sucediendo.

Petróleo

El diésel se obtiene como uno de los productos de la destilación fraccionada del crudo de petróleo que se lleva a cabo en las refinerías. Por esto es importante también mostrar la evolución de la producción de petróleo crudo, según JODI, a lo largo de los últimos años para tener una idea más clara de las causas de los problemas.

Como ya se ha comentado en este blog con anterioridad, los datos de crudo de petróleo no son fáciles de obtener por la propia opacidad interesada de muchos de los países productores, a la que suma especialmente Rusia en esta edición. Somos conscientes de que faltan países productores en la base de datos de JODI, pero la tendencia que se observa va bastante en consonancia con otras fuentes de datos, como la del Energy Institute, que ha tomado el relevo del Statistical Review of World Energy que venía elaborando British Petroleum, o la de la propia Agencia Internacional de la Energia (IEA), que nos indican que el Peak Oil, o fecha en la que se produjo la máxima cantidad de petróleo diaria, fue en 2018, como se reconoce de forma indirecta en el WEO de 2022.

En el gráfico que muestra la producción de petróleo que se obtiene directamente de los datos de JODI muestra una meseta ondulante de producción entre 2013 y 2018. A partir de esta fecha se detectan dos caídas bruscas de la producción de crudo que corresponden a la desaparición de los datos de Irán, en 2018 y de los Emiratos Árabes Unidos, en 2019. A partir de esta fecha se produce una caída brusca de la producción debido al parón mundial provocado por las medidas políticas de contención del virus COVID-19. Más recientemente también desaparecen los datos de Brasil, en enero de 2023 y de Rusia, en abril de 2023.


Para compensar todas estas desapariciones de datos se escoge, de manera artificial, repetir la producción del último mes conocido para Irán, Emiratos Árabes Unidos, Brasil y Rusia, porque estos países han continuado produciendo petróleo. Que no lo comuniquen a JODI no implica que ese petróleo no exista, tal y como se puede observar en la web de peakoilbarrel, donde sí que podemos ver la producción de alguno de estos países en estos últimos años. Si bien es cierto que asumir la misma producción sin cambios durante tanto tiempo, sobre todo para los dos primeros países de la lista, es arriesgado, siempre es mejor que no tener en cuenta ninguna producción. Con estas burdas estimaciones obtenemos el siguiente gráfico, que se ajusta mejor a la realidad.


En el anterior gráfico modificado se continúa observando la meseta ondulante de producción a partir de 2013 hasta 2020, momento en que la reducción de la actividad provocada por la paralización artificial de las economías mundiales indujo una reducción brusca de la producción de petróleo crudo para adaptarse a esta circunstancia.

La tendencia observada es que ya no se está siendo capaz de alcanzar los valores máximos de producción diaria previos a la pandemia y ya han pasado algunos años desde los valores máximos.

Otro organismo que proporciona datos interesantes para la OCDE es la EIA (Energy Information Admnistration) de los Estados Unidos de América. El gráfico elaborado por peak oil barrel es muy significativo. No sólo no se han alcanzado los valores de producción máximos previos a la pandemia, sino que sus previsiones de producción a corto plazo tampoco son optimistas en cuanto a aumentos significativos en la producción de crudo.


Organismo diferente pero misma tendencia. El uso de la energía, y el petróleo es principalmente energía, va íntimamente ligado al crecimiento de nuestro sistema socioeconómico. Sin crecimiento nuestro sistema socioeconómico se viene abajo. Para quien quiera más información sobre esto deberá buscar otros posts en este blog, donde ya se ha argumentado profusamente.

A finales de 2021, el ministro de energía de Arabia Saudí declaraba que si no se invertía suficiente en la industria del petróleo habría problemas muy serios en forma de crisis energética mundial. Durante el año 2022 hubo varias noticias sobre la incapacidad de los países de la OPEP+ de aumentar la producción de crudo, cosa que disgustó visiblemente a muchos, entre ellos al presidente Biden. Pero durante el año 2023 hemos visto que las tensiones en el mercado del petróleo continúan y se concretan en acuerdos de reducción en la producción, como en junio de 2023 o incluso en noviembre de este mismo año para, según ellos, conseguir aumentar el precio del crudo.

En estos últimos tiempos hay dos aspectos claves que hay que conocer para comprender que el comportamiento clásico de fijación del precio de un producto como el petróleo ya no se puede aplicar tan a la ligera, está en decadencia.

Por una parte nos encontramos con un mercado financiero altamente tecnificado que es manejado, cada vez más, por programas informáticos (bots) con el fin de maximizar el rendimiento económico de sus operaciones mediante la especulación. Pero parece ser que no sólo tienen este fin. En mi opinión se está intentado reventar el sistema de casación clásico de precios que se consigue con la famosísima ley de la oferta y la demanda para conseguir precios artificialmente bajos del petróleo con los que incentivar la economía y desestabilizar a los países del cartel de la OPEP+. No es muy lógico que no observemos aumentos significativos del precio del crudo en un mercado donde la demanda continua alta y la oferta no es capaz de seguirla.

Por otra parte, siempre se ha “confiado” en la capacidad ociosa de los grandes productores de crudo, es decir, en que pueden producir más de lo que producen, pero que no lo hacen por que les interesa hacer subir el precio del producto artificialmente. Hemos llegado a un momento histórico en el que todo apunta a que esa capacidad ociosa, muy posiblemente, ya no existe. Los campos saudíes más famosos ya están en declive, aunque no lo hayan dicho abiertamente, mientras que los rusos ya lo están, confirmado por ellos mismos.

A esto hay que añadir la problemática existente con los pozos exhaustos de los que se consigue extraer petróleo con enormes esfuerzos técnicos y económicos. Si se cierran coyunturalmente después no es fácil volver a ponerlos en funcionamiento, de hecho suele ser imposible porque se han cegado. La pandemia no sólo nos ha proporcionado un tiempo extra para alargar el periodo en el que podamos usar el petróleo restante, sino que también provocó, de rebote, que se perdiera capacidad productora.

Por último, los últimos informes apuntan a que la revolución del shale americano ya ha llegado a su fin y en un muy corto período de tiempo veremos como cae la producción de este petróleo ligero.

Todo lo anteriormente comentado es importante. No hay conejo debajo de la chistera. Hemos llegado arriba y ahora toca bajar y adaptarse a este descenso. El no reconocerlo y no actuar en consecuencia provocará, y ya provoca, desigualdades, injusticias, sufrimiento, etc. En nuestra mano está intentar controlarlo. Pero sigamos con el análisis.

Productos destilados

El pico del petróleo se refleja individualmente en los productos destilados en mayor o menor grado. Según los datos proporcionados por JODI, la producción conjunta de todos estos productos parece que quiere recuperar los niveles prepandémicos de 2018, aún con la desaparición de Rusia, consiguiendo recuperar buena parte de la producción perdida en la pandemia. Es todo un logro.


Las gasolinas, como se ve en el gráfico siguiente, no consiguen acercarse a los niveles máximos de producción anteriores a la pandemia, encontrándose éste ahora en niveles similares a los conseguidos en 2010-2012. De momento todo parece indicar que el “peak gasolinas” también se produjo hacia el 2018/2019.


Los destilados medios

A la hora de obtener productos destilados del petróleo, la fracción que más nos interesa en este artículo es la conocida como los destilados medios, que son aquellos productos que se obtienen en un rango intermedio de temperaturas en la destilación del crudo.

Estos productos son el diésel, o gasóleo, el gasóleo de calefacción extra ligero (gasóleo de calefacción, el diésel marino (MDO) como etapa intermedia entre los destilados medios y el fuelóleo pesado, y el jet fuel, también conocido como queroseno. Así que, sin ánimo de ser meticuloso, vamos a hacer un repaso a algunos de estos productos y sus interrelaciones.

El diésel

Comenzaremos por el combustible protagonista de este artículo y veamos qué es lo que está sucediendo con la producción de diésel, según los datos de JODI.

Al igual que pasaba con el petróleo notamos a faltar los datos de la producción de algunos países: Brasil, con un 2,7% sobre el total desde enero de 2023 y Rusia, con un 6% desde abril de 2023, que suman entre los dos suman casi un 9%. Su capacidad de refino no ha desaparecido de la noche al día, simplemente no lo comunican a JODI, así que, como burda aproximación, podemos inferir una producción similar a la última conocida durante estos últimos meses para conseguir dibujar una gráfica lo más realista posible.



Antes de continuar analizando los datos es interesante mostrar la comparativa entre diferentes ediciones del pico del diésel. Cuando comparamos los gráficos podemos observar la poca relevancia que tiene la falta de precisión de los datos de JODI de los últimos meses, que se van corrigiendo progresivamente a medida que los países van aportando los datos que faltan. Al final, lo que importa es la tendencia, como siempre hemos comentado.


Se observa fácilmente que la pandemia COVID-19 redujo la producción de diésel a niveles de 2011 y que ha habido una recuperación importante en la producción de este combustible aunque no llega a compensar toda la caída producida desde los valores máximos que se consiguieron en el período 2016 a 2019.

Debemos notar que, si nos atenemos al sacrosanto PIB, las economías mundiales han seguido creciendo, prácticamente de forma ininterrumpida, desde los 35 billones de euros de principios de siglo hasta los 100 billones de euros en el año 2022, tal y como informa el Banco Mundial.

Si tenemos en cuenta el aumento en el PIB acaecido desde 2016, la reducción efectiva de la producción de diésel en el mismo periodo, a nivel global, indica que tiene que haber problemas de abastecimiento de diésel en algunas zonas del mundo puesto que este combustible, como ya hemos comentado anteriormente, es fundamental para sostener la actividad económica a todos los niveles. Dicho de otra manera, para que haya países que continúen haciendo aumentar el sacrosanto indicador de productividad llamado PIB, tiene que haber otros que padezcan graves problemas en los suministros energéticos, entre ellos el diésel. Es el famoso juego del baile y las sillas, pero en versión perversa para las personas de buen corazón. Todos conocemos ese otro tipo de personas que no sólo defienden que esto sea así sino que lo promueven y lo alientan con tal de que siempre sean otros los que se queden sin silla y no ellos, sin importar lo que esto signifique.

Para analizar lo que está sucediendo con el diésel, conviene tener en cuenta el contexto geopolítico actual, que es bastante diferente al de hace dos años, cuando publicamos el último artículo de esta saga del diésel. El conflicto armado entre Rusia y Ucrania, con fuerte intervención directa de los países miembros de la OTAN, ha provocado que no sea igual de fácil la obtención en occidente de crudo ruso para destilar en las refinerías occidentales, ni tampoco el obtener diésel directamente desde allí. Este hecho implica más de lo que pudiera parecer puesto que las refinerías se especializan en determinados tipos de crudo dado que no todos los crudos son iguales.

El petróleo ligero, no convencional, que es el que ha mantenido la esperanza y el espejismo durante estos últimos 10 años, no sirve para destilar productos medios o pesados, como el diésel, fuel oil u otros productos todavía más pesados. Este petróleo ligero ha compensado la producción de crudo total y ha escondido que el petróleo bueno, el que sirve para hacer diésel, hace ya casi veinte años que llegó a su pico productivo.

Modificar una refinería para que acepte otros tipos de crudo no es fácil y, a veces, es inviable, lo que repercute en su capacidad productiva, no solo de diésel, sino también de otros productos. Es por esto que ante la imposibilidad de acceder a los recursos de un productor, la adaptación sea lenta y cara, no sólo por las modificaciones técnicas que tienen que llevar a cabo, sino especialmente por la necesidad de añadir intermediarios en el proceso, lo que lastra de nuevo las economías y las impulsa hacia la recesión. Los primeros problemas siempre se repercuten en el precio, que no deja de ser un racionamiento encubierto del producto cuando éste se ha convertido en un bien esencial. Más adelante llegará el racionamiento institucional.

El refino del petróleo para obtener productos derivados es un asunto complejo pero para simplificar las cosas podríamos decir que un barril de petróleo crudo convencional se obtienen unos subproductos aproximadamente en proporciones siempre parecidas y que no varían mucho entre los distintos tipos de petróleo. Nate Hagens lo explica muy didácticamente. Por eso no es fácil compensar la escasez de un subproducto. Podríamos refinar más petróleo, si lo tuviéramos, para suplir la falta de diésel, pero entonces tendríamos una sobreoferta de otros subproductos y que no se pueden almacenar indefinidamente por que se estropean. No creo que la opción sea esconderlos bajo la alfombra o quemarlos para que no molesten.

Pero volvamos a Rusia, que es un país enorme y un gran productor mundial de recursos de todo tipo, como petróleo, carbón, gas natural, así como productos derivados del petróleo o incluso de uranio, enriquecido y sin enriquecer. Las sanciones económicas creadas por la Unión Europea para castigar al gobierno ruso por su operación militar en Ucrania, tal y como la denominan desde Rusia, consisten en prohibir transacciones económicas con este país para castigarlo y conseguir así limitar las divisas europeas que tienen y que puedan usar para abastecerse de lo que necesiten. Pero estas sanciones han sido muy desiguales, tanto en el tiempo como en su tipología de tal manera que aquellas materias primas fundamentales y de muy difícil sustitución en el mercado mundial han quedado hipócritamente excluidas, como por ejemplo el uranio, manteniendo su comercio con relativa tranquilidad. El resto de materias primas rusas han seguido llegando a Europa, a excepción del gas natural, que por sus características de transporte lo hace inviable, pero a costa de un significativo aumento de precios puesto que ahora intervienen terceros países que hacen de intermediarios y que no se alinean con los postulados del “mundo occidental”, sino que más bien tienen su mirada puesta en el grupo BRIC+, o ya forman parte de ellos, como comentaremos más adelante.

El desmantelamiento de la mayoría de las refinerías europeas, excepto en España, buscando la reducción de costes que producen las economías de escala, con la consabida globalización, ha puesto a Europa en una situación difícil que ha conllevado que el diésel ruso se haya seguido importando, aunque de manera encubierta mediante terceros países, como Marruecos o Turquía. Por eso Europa se preocupa cuando Rusia anuncia que detiene la exportación de diésel, porque lo necesita para su mercado interno que se encuentra muy estresado por los costes de la guerra en Ucrania, aunque sea temporalmente.

Rusia ha seguido exportando de todo hacia todo el mundo, a un precio u otro, porque en un mundo en el que comienza a haber escasez pocos se pueden permitir el lujo de prescindir de alguna materia prima. Todo esto demuestra que el mundo está estrechamente interconectado y que el famoso efecto mariposa de la teoría del caos se traduce en que cualquier evento en cualquier parte del mundo conlleva repercusiones globales que a priori no tienen por qué ser intuitivas.

Tenemos un problema mundial de escasez de diésel y de otros productos también. No lo decimos nosotros desde este humilde blog, sino que la misma Unión Europea convocó, en octubre, una reunión para hablar de los problemas de suministro de diésel.

En la introducción a este artículo ya se ha comentado alguna medida que se está tomando, como por ejemplo en Argentina, que para paliar la escasez de diésel comienzan a admitir combustibles con más contenido en azufre, lo que aumenta el volumen de combustible disponible, mitigando así la escasez, a costa de empeorar la calidad del aire. En otros lugares ha comenzado una apuesta política que consiste en tomar medidas para limitar su consumo haciendo la vida más difícil a aquellos que lo necesitan. Un caso reciente, entre otros, lo podemos ver con la protesta de los agricultores alemanes con motivo de la retirada de las ayudas fiscales al uso del diésel, indispensable hoy en día en el manejo moderno de la tierra. Es muy posible que estas medidas comporten una reducción del número de agricultores y esta disminución puede provocar que haya más tierra a disposición de las grandes multinacionales. Éstas pueden hacer frente, de momento, a costes de producción en aumento gracias a la economía de escala que les da su tamaño, siempre a costa de la calidad del producto y de prácticas de manejo de la tierra poco respetuosas con el suelo y el medio. Éstas empresas hacen válida, a mi entender, la máxima de pan para hoy, hambre para mañana. También pudiera ser que la reducción de los agricultores redundara en una simple reducción de cultivos cuya consecuencia sería la disminución de los alimentos disponibles. Ninguna de las dos posibilidades es buena.

En Latinoamérica se está notando especialmente la falta de diésel. Llegan muchas noticias de países que nos hablan de la escasez de este combustible, como en Bolivia, Argentina o Venezuela, todos ellos productores de petróleo, por cierto. Últimamente hemos visto cómo ha subido especialmente el precio, no sólo del diésel, en Argentina, con el ascenso al poder de Milei. Las nuevas medidas económicas de su equipo de gobierno han provocado un encarecimiento sin precedentes del combustible, lo que a la práctica conlleva una reducción de la demanda por la vía salvaje de los precios, lo que se traduce en un empobreciendo de las clases más humildes del país.

Otro parche para reducir el uso del diésel es el apoyo institucional al vehículo eléctrico, hasta incluso subvencionando su adquisición con el dinero del contribuyente. De este tema se ha hablado largo y tendido en este blog, así que no voy a explayarme con él. Solo quiero comentar que el uso del diésel en el transporte es efectuado, en un altísimo porcentaje, por los camiones y buques, y no por el coche, así que aunque se cambiara todo el parque de coches térmicos por eléctricos, su repercusión en la demanda de diésel sólo conseguiría ajustes cosméticos pero nada suficiente como para ser decisivo.

El queroseno

El combustible para aviación, por excelencia, es el queroseno que también pertenece al rango de los destilados medios. Hemos decidido incluir este producto en este artículo por su gran influencia, como veremos más adelante. Veamos los datos de JODI de este producto.


Según podemos observar, la fecha en la que se produjo el máximo de producción fue justo antes de la pandemia, con una punta de 5 millones de barriles diarios. La detención de las economías y, especialmente, de los viajes aéreos produjo un descenso en la producción de este combustible muy acusado del que todavía no se ha conseguido recuperar, estando la producción, ahora, en los niveles de 2015, aproximadamente.

Según la IATA (Asociación Internacional de Transporte Aéreo), el tráfico aéreo mundial alcanza en julio el 95,6% del nivel prepandemia, sin embargo, la producción de queroseno no ha aumentado tanto, así que o JODI no tiene todos los datos de producción, alguien no dice toda la verdad o quizás sea la falta de este destilado lo que ha provocado el importante aumento en el precio de los billetes de las aerolineas que hemos observado en este último año.

La falta de queroseno se ha de notar de alguna manera además de en el incremento de precios, como por ejemplo que le sucede a Nigeria que, a pesar de ser un gran productor de crudo y exportarlo a medio mundo, España incluida, ha tenido problemas de suministro de diésel y de queroseno, por sus reducidas capacidades internas de refino, haciendo imposible mantener sus rutas de aviación por falta de combustible. Esperemos que una parte de sus problemas se resuelvan con la nueva refinería recientemente inaugurada.

Durante la pandemia, debido a la paralización del transporte aéreo, sobraba queroseno porque los aviones no volaban. Como consecuencia hubo un aumento de queroseno disponible para ser utilizado y aparecieron iniciativas para utilizarlo mezclándolo con el diésel. De sobra es conocida la posibilidad de mezclar queroseno con diésel a fin de mejorar sus propiedades en épocas frías. Es una práctica conocida y extendida, pero que tiene sus consecuencias, entre ellas, la inutilización del motor. En el momento en que los problemas de abastecimiento de diésel sean más acuciantes todavía que los que hoy en día ya padecemos, no es nada descabellado pensar en sostener las actividades que hacen un uso intensivo del diésel a costa de otras actividades que se nutran de queroseno. Dicho de otra manera, se va a dejar caer la aviación de masas y el queroseno sobrante se irá mezclando con el diésel con el fin de aumentar su disponibilidad a costa de la durabilidad de los motores. Tiempo al tiempo.

El fuelóleo

Cuando se habla de fuelóleo suele haber bastante confusión hacia este término porque dependiendo de la fuente se suele referirse a diferentes combustibles con este mismo nombre, incluso a veces agrupaciones de combustibles.

Por lo que a JODI respecta, la categoría de fuelóleo se refiere al fuelóleo pesado, incluso el tipo bunker, así que, de forma estricta, ya no debemos considerarlo como destilado medio. Si lo incorporamos en este estudio es debido a que se puede conseguir una cierta transferencia de fuelóleo pesado hacia diésel si se llevan a cabo algunas adaptaciones en las refinerías, así que tener en cuenta también la evolución de este combustible nos da una idea de la capacidad “sobrante” existente para conseguir diésel extra, aunque sea con una gran esfuerzo técnico y económico.

Para corregir la desviación a la baja de la producción de fuelóleo debido a la desaparición de los datos de Brasil (3%) y Rusia (7%), se ha optado por hacer el mismo truco contable, que no es otro que repetir de ininterrumpida el último dato conocido, de diciembre de 2022 y marzo de 2023 respectivamente.



Aunque también se ha conseguido recuperar de los efectos de la pandemia, se puede ver sin discusión alguna que no volverá a alcanzar los valores de producción de hace 15 años, que fue el momento en el que alcanzó su máximo nivel productivo.

Si observamos de forma conjunta la producción de diésel y de fuelóleo se puede comprobar que continuamos en niveles productivos anteriores a la crisis de 2008, ligeramente mejores que los mostrados en la anterior edición del peak del diésel pero aún así a niveles de hace 15 años, con lo que se confirma la situación.



Conviene hacer ver que, durante estos últimos 15 años, se ha ido produciendo un cierto relevo. La producción de diésel ha ido ganando protagonismo a expensas de la de fuelóleo y lo que éste ha ido perdiendo, el otro lo ha ido ganando. Seguimos pensando que se ha producido una cierta compensación al destinar parte de la materia prima para la producción de fuelóleo para producir diésel, tal como se ha explicado en anteriores ediciones del pico del diésel.

Para este artículo hemos querido adicionar también la producción de queroseno, como producto relevante de la categoría de destilados medios, para ver cual es su contribución en el total y para tener en cuenta posibles mezclas de éste combustible con el diésel, hoy seguramente de poco calado pero que previsiblemente irán en aumento. 



Los datos disponibles de producción de queroseno en JODI comienzan en 2009 y su contribución de forma apilada nos muestra un pico de producción total hacia el año 2015. La recuperación post pandemia deja la producción agregada en valores de 2011, hace ya más de una década.

Todos estos datos constatan que el declive en la producción de petróleo de calidad, que se produjo en la primera década de este siglo, está arrastrando la producción conjunta de diésel, gasóleo y hasta queroseno hacia su propio declive y más específicamente la producción de diésel.

Los precios

Al igual que hicimos en la anterior edición, la gráfica de la evolución de los precios de los combustibles nos ayuda a entender cómo se traducen los valores de producción según su impacto directo en nuestras economías.



Durante el año 2022 vivimos un gran aumento del precio del crudo de petróleo y una posterior relajación en este 2023 que ha arrastrado, primero al alza y después a la volatilidad, los precios de los combustibles derivados de éste. El gran aumento de precio vino provocado por la especulación originada por el conflicto armado entre Ucrania y Rusia y la especulación que se produjo debido a la incertidumbre asociada. Ya se sabe el dicho, a río revuelto, ganancia de pescadores.

El comportamiento durante 2023, mucho más volátil pero de una cierta estabilidad entre los 80 y los 100$, es el que continúa marcando la pauta y las agendas en el corto plazo. De hecho, ya lo comentábamos en la introducción de este artículo, que estos precios parece que no les vienen bien a nadie, puesto que el cártel de la OPEP quiere subirlos, aún a costa de provocar recesiones de todos los colores, mientras que las economías occidentales quieren bajarlos para evitar, precisamente, esas recesiones, a lo que hay que sumar los campos de petróleos ligeros estadounidenses que necesitan precios eminentemente altos para ser medianamente competitivos. Por cierto, a estos últimos actores los precios altos del crudo tampoco les van a servir de mucho porque todo apunta a que en un año, máxime dos, el descenso en la producción de estos campos será notable al haber aparecido ya los primeros síntomas del agotamiento de los pozos. Ya nos podemos ir preparando…

Es interesante observar que con la subida del barril de crudo de 2022, que fueron precios tan elevados ya, de media, como los que hubo entre 2011 y 2015, el precio del diésel, de la gasolina y hasta del diésel de calefacción, se dispararon muy por encima de aquellos históricos valores de aquel período hasta llegar a niveles que son completamente inasumibles por la economía. Todos recordamos en Europa los precios por encima de la barrera psicológica de los 2€ por litro, impensable en 2021. Este hecho ha provocado una inflación como nunca vista en décadas cercanas en Europa y su consecuente e incipiente recesión difícil de camuflar ya en 2023.

Llegados a este punto conviene recordar el concepto de la espiral de destrucción de demanda y de oferta, que va ligado al comportamiento del preció del petróleo y de sus combustibles derivados, aunque también al de cualquier materia prima esencial y no sustituible. La escasez de cualquier materia prima energética y del diésel en particular, puesto que ya hemos explicado hasta la saciedad que es un combustible esencial para las economías mundiales, provoca su aumento de precio y éste repercute en todos los productos, lo que se traduce en la famosa inflación que estamos sufriendo nuevamente. Superado un cierto umbral de inflación, la destrucción del tejido productivo, es decir, de la demanda, debido a estos altos costes es tan alta que la presión compradora sobre el producto energético desciende, provocando una reducción de su precio. Así pues, nos encontramos con que, paradójicamente, el precio baja en periodos de escasez después de haber pasado por un pico de precios inasumible aunque, eso sí, con terribles consecuencias, como por ejemplo la desestabilización total de un país entero. Esta volatilidad en los precios cada vez se producirá en períodos más cortos de tiempo y siempre habrá quien diga que la culpa es de una guerra o de los especuladores, pero hay que reconocer que estos últimos no operan cuando hay abundancia sino cuando hay miedo, miedo generado por la escasez o por las perspectivas de escasez.

Medidas políticas de intervención en el precio

Durante el año 2022 vimos dos medidas estrella de intervención política en el precio de los combustibles. Por un lado, el uso de las reservas estratégicas y por otro, la reducción artificial del precio del combustible en la gasolinera a modo de descuento final mediante subvenciones estatales directas.

Estas dos medidas han supuesto una intervención directa en el mercado violando la sacrosanta ley liberal del mercado autoregulado que no necesita ningún tipo de intervención gubernamental. “Cosas veredes…”.

Pero es que, además, estas dos medidas no tienen el efecto deseado cuando los problemas que intentan paliar son estructurales, como la crisis energética. De hecho, sólo tienen sentido cuando los problemas que causan aumentos de precios son coyunturales, por eso son inútiles y contraproducentes ante causas estructurales. Veamos con más detalle la intervención mediante el uso de las reservas estratégicas.

El uso de los reservas estratégicas

Los países almacenan combustibles para asegurar el suministro durante un cierto periodo de tiempo, aunque este periodo no es el mismo entre países ni entre las diferentes materias primas energéticas. A modo de ejemplo, para el petróleo se suele estipular un mínimo de 90 días. A este almacén, que se reparte entre el estado y las empresas, se le conoce como reserva estratégica energética.

La finalidad de la reserva estratégica energética es la de proporcionar estabilidad de suministro interno de emergencia ante problemas de desabastecimiento temporales, es decir, provocadas por situaciones más o menos impredecibles pero limitadas en el tiempo, por que estas reservas son finitas y, de hecho, pequeñas respecto al consumo diario.

Pues bien, en los últimos meses ha habido un uso intenso de estas reservas estratégicas liberando combustible almacenado con el fin de combatir los altos precios de estos. Esta política de uso de las reservas reduce el precio del combustible disminuyendo el impacto negativo de los altos precios en la economía, lo que ha posibilitado que el consumidor final no haya notado tanto los efectos de la escasez.

Esta estrategia de intervención, que muchos países han optado por seguir auspiciada por la IEA, aumenta la oferta de forma artificial y reduce el precio, pero cuando el motivo del desabastecimiento no es temporal sino que es estructural, como se explica vastamente en este blog, el efecto real es limitado y, de hecho, contraproducente.

La liberación de combustible de las reservas estratégicas ante el desabastecimiento estructural provoca que el tejido productivo continúe funcionando ajeno al verdadero problema de fondo y que no se tomen medidas que permitan hacer una reconversión de este tejido productivo ante la escasez en ciernes. En definitiva, provocan un falso sentimiento de normalidad. Mientras se va manteniendo el consumo de bienes, las reservas se van vaciando y se van volviendo inútiles para cumplir con el objetivo con el que fueron creadas.

Como ejemplo paradigmático, los Estados Unidos estuvieron liberando petróleo de sus reservas estratégicas durante gran parte de 2022. Tanto es así que sus reservas bajaron a mínimos históricos. Si tenemos en cuenta que anunciaron que liberarían hasta 180mb y que su consumo diario se sitúa casi en 20mb, esta liberación ya supondría un descenso en las reservas de hasta 9 días de consumo. Peor aún, el Estado controla menos de la mitad de esas reservas estratégicas, que es desde donde se han liberado, así que el impacto medido en días de consumo es bastante mayor.

Veamos, en datos actualizados de la EIA, una sucesión de gráficos con los datos de las reservas SPR, las de crudo y las de crudo + productos destilados de los Estados Unidos.




En todos los casos vemos un brusco descenso de los inventarios que los sitúan en niveles de hace 40 años para los dos primeros y de hace 20 años para el último. Como están expresados en cantidad de barriles y no en días de consumo, siendo éste muy inferior al actual en aquellas décadas, la eficacia de los inventarios es mucho menor ahora que entonces, es decir, hay poco margen de maniobra, muy poco de hecho.


Como en este artículo hablamos principalmente del diésel, también podemos decir que las reservas estratégicas de los EUA del diésel están bajo mínimos históricos. Pero no sólo los EUA usan sus reservas estratégicas de diésel, en plena Europa Austria hace lo propio, Suiza lo mismo, etc.

Dicho de otro modo, la reducción de las reservas estratégicas está poniendo en peligro el objetivo de éstas, que no es otro que asegurar el suministro esencial de emergencia ante problemas estructurales. Ante esta situación, los EUA anunciaron a finales de 2022 que revertirían la decisión de usar la reserva estratégica y que comenzarían a rellenarla, lo que implicaría un aumento de la presión sobre el combustible fósil existente en el mercado por este acaparamiento. Dado que la OPEP continuaba y continúa sin aumentar su producción, aquella decisión pondría en dificultades la adquisición de petróleo para el resto de países, especialmente Europa. De todas formas, tal y como vemos en el gráfico anterior, no han podido cumplir con lo que prometieron y sus reservas continúan en los niveles que tenían hace diez años, cuando el consumo era menor.

El conflicto bélico en Europa

Desde la publicación del artículo sobre el pico del diésel del año pasado han sucedido muchas cosas. Tantas que daría para hacer un artículo sólo para analizarlo todo y entrever sus repercusiones energéticas. Uno de los hechos más importantes para Europa ha sido el conflicto armado entre Ucrania y Rusia, que está teniendo implicaciones energéticas muy intensas para toda Europa, aunque también para el resto del mundo. Mi visión, y la de muchos, es que este conflicto lo único que ha conseguido es acelerar enormemente el proceso de declive energético mundial, especialmente en Europa, adelantándose una década a nuestras previsiones y deseos.

Aún a costa de recibir críticas por integrar en este artículo sobre el diésel conceptos más geopolíticos, quiero exponer aquí hacia dónde nos estamos dirigiendo puesto que la energía está teniendo un papel fundamental para entender los últimos movimientos geoestratégicos.

Lo que está sucediendo en Europa tiene mucho que ver, por no decir todo, con la desaparición del orden mundial que se instauró después de la segunda guerra mundial. La potencia hegemónica de los Estados Unidos de América (EUA) está en declive mientras que China está asumiendo el rol de potencia hegemónica que los EUA han tenido hasta ahora. Después de veinte años de enorme crecimiento económico, China, la fábrica del mundo, ha acumulado una capacidad productora sin igual y la capacidad técnica propia para producir.

El mundo se está dividiendo en dos polos enfrentados, los que continúan con la potencia en declive, los EUA, y que han vivido bien, o muy bien, desde hace 80 años y los que están con o miran hacia China, la “nueva” potencia mundial, aunque de nueva tenga poco puesto que ellos mismos consideran que las últimas décadas sólo han sido un paréntesis en su recorrido hegemónico mundial. China forma parte de la asociación comercial BRICS que se está configurando como el bloque de poder económico, político y hasta militar, que va a relevar a los EUA y sus países afines.

Con intención de resumir, los BRICS y todos aquellos múltiples países que han pedido la adhesión a esta asociación en las últimas fechas, reúnen muchos más recursos energéticos y materiales, así como población y capacidad productiva que lo que nosotros llamamos Occidente. No son ya países emergentes, no son el futuro. Son el presente.

Europa, que fue el motor del mundo industrial en el siglo XIX y principios del XX hasta la llegada de las guerras mundiales, hace décadas que ha consumido sus recursos energéticos y minerales. Tanto en esas fechas como en las posteriores, lo que hemos necesitado lo hemos ido obteniendo del comercio, o eso nos contaban, aunque la realidad es que siempre los obtuvo gracias a la explotación de los países colonizados en su día, en África principalmente aunque no sólo en este continente, o presionando políticamente otros países con recursos en otras zonas planetarias. Por si fuera poco, desde la década de los 90 del siglo pasado, Europa se ha ido desindustrializando en pos de la Globalización relocalizando su capacidad productiva hacia Asia y también ha ido perdiendo su conocimiento técnico por simple envejecimiento poblacional y por su especialización en el sector terciario.

Hoy en día tenemos una Europa sin recursos y con su industria en declive. Su último y, en cierta manera, único recurso ha sido la impresión de moneda fiduciaria con la que comprar lo que necesita en el exterior. Pero el sistema monetario que ha imperado hasta ahora también está en declive. Los BRICS están cambiando las reglas de juego mundiales y han comenzado a comerciar con sus monedas mientras que el dólar y el euro comienzan a perder peso a un ritmo muy acelerado. Hasta incluso Arabia Saudí está virando hacia los BRICS y sus reglas. La diferencia entre los dos sistemas radica en lo que sustenta las monedas. En Oriente el respaldo viene dado por los recursos, mientras que en Occidente, el respaldo viene de la confianza, puesto que son monedas fiduciarias, o dicho de otra forma más directa, el respaldo se consigue por el miedo que ha provocado el temible y grande ejército estadounidense y sus políticas. En un mundo con recursos menguantes, aquellos que los tienen, sobreviven. Sin entrar en muchos detalles que en este artículo no vienen al caso ¿Qué haremos los europeos cuando los que tienen recursos no quieran nuestras monedas porque, en el fondo, no se sustentan en nada más que la confianza o el miedo? ¿Vamos a poder comprar petróleo como hasta ahora, privando a otros países con monedas más débiles? Mucho me temo que no.

Pero volvamos a la energía en Europa porque es la clave para entender los acontecimientos mundiales de estos últimos dos años. Durante las últimas décadas Europa ha usado el gas natural ruso como fuente de energía constante y barata, pero no sólo de gas, sino también de petróleo, diésel, uranio enriquecido, fertilizantes y un sinfín de materias primas vitales. La reacción europea, que ha sido condicionada por los EUA, al conflicto entre Ucrania y Rusia se ha basado en instaurar sanciones económicas contra este último, cada vez más severas, con un impacto real sobre la economía rusa más bien escaso, mientras que esas misma sanciones han provocado efectos devastadores en la propia Europa.

Para asegurarse que Europa no cambiaba su política sancionadora ni de bloque de poder, alguien decidió destruir los gasoductos que comunicaban directamente Rusia y Alemania, conocidos como los Nord Stream, asegurando así la carestía energética en el corazón de Europa y la imposibilidad para Rusia de comerciar esta materia prima de forma directa. Este evento ha impulsado los precios al alza del gas al añadir intermediarios y está destruyendo el complejo y fuerte tejido industrial que quedaba después de la intensa deslocalización de las últimas dos décadas. Este proceso de desindustrialización forzada, que justo comenzó en la segunda mitad del 2022, ya se conoce como la gran desindustrialización de Europa y nos llevará, más pronto que tarde, a niveles de ruina y miseria que no somos capaces de imaginar. No hay que ser muy hábil para encontrar un país que tenga suficientes razones para destruir el Nord Stream y provocar con ello una debacle en Europa ganando mucho en el proceso puesto que elimina un competidor industrial, atrae parte de las industrias europeas a su propio territorio gracias a políticas de ayudas específicas creadas para este menester, consigue vender su gas que obtiene profusamente de sus pozos de de shale y que suministra a Europa mediante barcos metaneros ya que ahora Europa no lo puede comprar directamente a Rusia, ayuda a su propia economía interna y su propia población que está comenzando a sufrir intensamente la decadencia de su país, etc. Seguro que todos saben a qué país me estoy refiriendo.

Una Europa agotada en recursos energéticos y minerales, sin capacidad industrial, con los suelos agrarios agotados y que necesita grandes insumos en fertilizantes químicos derivados directa o indirectamente del petróleo, y que importa una grandísima parte de lo que necesita está abocada a la irrelevancia y, quien sabe, al colapso, tal y como lo han sufrido otros países. Sólo nos quedan los papelitos de colores que imprimimos en los Bancos Centrales y que los países con recursos van aceptando, de momento.

En un mundo con recursos limitados y menguantes, la desaparición del gran consumidor de recursos que es Europa dejará disponibles esos recursos para otros. Es el juego de la silla energética que tan bien redactó Javier Pérez en este mismo blog hace ya ocho años. Esto es vital para los dos grandes polos de poder, tanto para el polo en declive como para el polo emergente. Dudo mucho que los dirigentes europeos estén tan ciegos como para que no lo vean. Seguramente, sumidos por el miedo y la arrogancia, están decidiendo entre lo malo y lo peor y, de momento, nos está llevando al auge del fascismo, con sus medidas populistas, y que derivará en su versión ecofascista, con el paso de los años.

Solo nos falta ahora, a los europeos, tener problemas serios de abastecimiento de diésel, tal y como nos avisó no hace mucho el mismísimo consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz.

Concluyendo

Seguimos, un año más, sin notar que falte diésel en nuestras gasolineras, pero a diferencia del año pasado, las noticias inquietantes al respecto ya no hay que buscarlas en países alejados de Europa sino que cada vez están más cerca, incluso dentro de la misma Europa.

En estos últimos meses se habla continuamente sobre sanciones y más sanciones, sobre límites al precio de las importaciones rusas, lo que no deja de ser absurdo en una economía de mercado global. Pero el único hecho cierto es que hace una década casi nadie creía que en un futuro próximo pudiera haber problemas de escasez del diésel, incluso en Europa, salvo honrosas excepciones, y éstos, ahora, ya están apareciendo. De igual forma que hace una década, los grandes estamentos económicos ahora aparentan no ver las consecuencias de este desabastecimiento, así como de todos los otros grandes problemas civilizatorios que tenemos encima de la mesa, pero sólo es apariencia, tal y como pudimos comprobar recientemente con las preguntas, atinadas y certeras, hechas por la reina Letizia hace pocas semanas.

Acababa el artículo del 2021 recomendando que se abrocharan los cinturones porque parecía que los problemas con el diésel no habían hecho nada más que comenzar y que no sería divertido. Pues hemos consumido el año 2023 y la falta de diésel ya está en boca de muchos medios de comunicación, cosa que no sucedía hace dos años, como demuestra una sencilla búsqueda en cualquier motor de búsquedas de internet.

Sigan tapándose los ojos, mirando hacia otro lado, cantando bajo la lluvia para no oír lo que no les gusta escuchar. El día menos pensado nos va a estallar en la cara y no deberíamos poder decir que no lo sabíamos.