viernes, 28 de febrero de 2014

Remontando la tercera ola



Queridos lectores,

Javier Pérez nos deleita esta semana con una breve pieza sobre Alvin Toffler, quien por contraste con la mayoría de los que suelen hacer previsiones y errarles tuvo un elevado grado de acierto. Que lo disfruten.


Salu2,
AMT


El atractivo de las previsiones caducadas


Suelo decir, más en serio que en broma, que la revistas de humor existen porque la gente aún no ha descubierto las revistas económicas caducadas. No hay nada más divertido, y más sonrojante, que leer la prensa económica un par de años después de su publicación: no aciertan lo que sucedió al final, no aciertan las razones por las que sucedió y no aciertan tampoco qué es lo relevante ni  qué información del momento, del suyo, era simple ruido desechable.
¿Y lo más gracioso de todo? Que las mismas personas, sin cambiar siquiera de seudónimo, siguen firmando previsiones, mes tras mes, año tras año, sin memoria alguna, sin arrepentimiento de sus errores y sin reconocer de una maldita vez que no tienen idea de lo que hablan. Cualquier otro profesional con su mismo porcentaje de aciertos sería ahorcado al amanecer, pero los economistas no. Los economistas fallan un año tras otro, ¡y aquí no pasa nada!
Precisamente por eso, y al hilo también de la valentía que ha demostrado AMT en sus previsiones para este año, quiero hoy romper una lanza por los que hacen previsiones y de alguna manera aciertan. Y si no aciertan los datos, o el punto en que caerá el dardo, aciertan al menos la dirección del vector que lo mueve. ¡Y eso es mucho!
Me refiero, para concretar a Alvin Toffler y su libro la Tercera Ola, que fue muy famoso a principios de los ochenta y que hoy, treinta y cinco años después de que fuese escrito, podemos ver aún como razonable y acercarnos a sus ideas sin la sospecha de que alguien, por razones que desconocemos, nos esté vendiendo alguna moto.

 

Para Alvin Toffler, la Humanidad había sufrido dos tremendas olas que habían devastado las sociedades anteriores. Al principio, todos éramos cazadores recolectores, pero llegó la gran ola de la agricultura y así se generaron culturas, instituciones, jerarquías, religiones y todo un conjunto de estructuras humanas que determinaron nuestra vida y cultura durante diez milenios. A mediados del siglo XVIII, más o menos, llegó una nueva ola: la revolución industrial, y todas las características de la sociedad agraria se tambalearon, dando lugar a nuevas instituciones, nuevas relaciones y hasta nuevas formas y estructuras de familia. Todo cambió radicalmente y buena parte de las grandes guerras de los periodos sucesivos lo fueron entre los defensores de la estructura agraria que se oponían a los abanderados de la nueva ola industrial (guerra de Secesión Americana, revolución rusa, etc…)
Nosotros asistimos a una tercera ola, con la sociedad de la información. De hecho, gran parte de lo que se ha inventado en los últimos años tiene que que ver con la nueva ola de la información. 

 

¿A que suena bien? Pues suena aún mejor si tenemos en cuenta que este tipo lo escribió en 1978, antes de que los ordenadores fuesen algo más que artefactos monstruosos, antes de internet, los teléfonos móviles y el mundo globalizado. Por eso mismo, hay que escuchar a este tipo. ¿No creéis?


Pues esto decía sobre el problema energético:
“El prerrequisito de cualquier civilización, vieja o nueva, es la energía. Las sociedades de la primera ola obtenían su energía de “baterías vivientes” —potencia muscular animal y humana— o del sol, el viento y el agua. Los bosques eran talados para tener leña con que preparar la comida y calentarse.
Ruedas accionadas por corrientes de agua o por la fuerza de las mareas hacían girar piedras de molino. Los molinos de viento rechinaban en los campos. Los animales arrastraban el arado.
Se ha calculado que en la época de la Revolución francesa, Europa obtenía energía de unos 14 millones de caballos y 24 millones de bueyes. Todas las sociedades de la primera ola explotaban, pues, fuentes renovables de energía. La Naturaleza podía reponer los bosques que se talaban, el viento que hinchaba las velas de los barcos y los molinos, y los ríos que hacían girar sus ruedas de paletas. Incluso los animales y las personas eran fuentes energéticas renovables.
Más tarde y en contraste con ello, todas las sociedades de la segunda ola empezaron a obtener su energía del carbón, el gas y el petróleo. Es decir: de combustibles fósiles irreemplazables.
Este revolucionario cambio, acaecido tras la invención por Newcomen de una máquina de vapor susceptible de explotación en 1712, significaba que, por primera vez, una civilización estaba consumiendo el capital de la Naturaleza, en vez de limitarse a vivir del interés que producía. Y cuando se emplea el capital y no sólo su rendimiento, hay que prever que antes o después se acabará, y que sus intereses menguaran de manera irrevocable.
Este bucear en las reservas energéticas de la Tierra proporcionó una oculta ayuda a la civilización industrial, acelerando en gran medida su desarrollo económico. Y desde entonces hasta nuestros días, por dondequiera que pasó la segunda ola, las naciones edificaron elevadas estructuras tecnológicas y económicas, basadas en la presunción de que nunca dejarían de poder obtenerse combustibles fósiles baratos.
Tanto en las sociedades industriales capitalistas como en las comunistas, en Oriente como en Occidente, se ha operado este mismo cambio, de la energía dispersa a la concentrada, de la renovable a la no renovable, de muchas fuentes y combustibles diferentes, a unos pocos. Los combustibles fósiles formaron la base energética de todas las sociedades de la segunda ola.”
A partir de aquí, y partiendo de la premisa de que al emplear el capital de la naturaleza consumimos algo que se acaba, Alvin Toffler trata de ser optimista y ofrecer soluciones.
No dejéis de leer el libro si podéis pero, me temo que sus soluciones ni las hemos visto aún ni se las espera. Y esto, como siempre, es lo que más joroba de los científicos: que sepan identificar la enfermedad pero no encuentren la vacuna. Para eso, dirían en mi pueblo, ¡buena gana!
O quizás necesitemos más gente así. Cada cual, que juzgue. Pude haber salida o puede que estemos ante esto otro…


Javier Pérez (www.javier-perez.es)




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