jueves, 14 de abril de 2016

Sobre la desmaterialización de la economía


Queridos lectores,

El mercado de la energía anda revuelto desde hace algunos años, y más ahora que los precios del petróleo son relativamente bajos (ya veremos por cuánto tiempo); el momento es paradójico, pues el bajo precio del petróleo no se está viendo acompañado por un despegue de las economías occidentales, a las cuales en principio les favorece que el petróleo cueste poco. Es en este contexto de disfuncionalidad del mercado del petróleo y de la extraña reacción que muestran las economías occidentales en el que vuelve, por enésima vez, una quimera que gusta mucho a los economistas pero que tiene poco sustento en el mundo real: la desmaterialización de la economía.

La idea de desmaterializar la economía no es nueva en absoluto: su aparición data de los años 70 del siglo pasado, como una reacción algo más racional que la mayoritariamente observada al informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento.  Esencialmente, los proponentes de esta idea postulan que, gracias al avance de la ciencia y la tecnología, debe ser posible (si se orientan adecuadamente los esfuerzos, eso sí) producir cada vez mayor output económico (medio en términos del Producto Interior Bruto, PIB) con un menor consumo de materiales y energía. En última instancia, los problemas con la disponibilidad de recursos naturales acabarían no siendo tan graves pues, en el límite, seríamos capaces de satisfacer todas nuestras necesidades y tener una economía floreciente con un consumo despreciable de recursos. Una de las personas que más ha trabajado en esta línea es el físico y economista Robert Ayres, del cual les dejo un enlace a su blog personal.

Como ven, la idea de la desmaterialización es que se pueden usar cada vez menos materiales y energía para hacer las cosas, lo que en la práctica hace que su suministro sea virtualmente infinito (comparado con lo que necesitamos consumir). Se puede simplificar el problema estudiándolo sólo desde el punto de vista de los materiales (pues si el suministro de materiales es virtualmente infinito es posible hacer sistemas de captación de energía virtualmente inmensos y tener tanta energía como se desee) o desde el punto de vista de la energía (pues con un suministro virtualmente infinito de energía cualquier material puede ser sintetizado). Así que, sin pérdida de generalidad, me centraré en la cuestión de la desmaterialización energética de la economía.

La idea de que podemos hacer más con menos consumo energético está presente, a través del manido y repetido concepto de "eficiencia energética", en muchas propuestas que formulan los diferentes partidos (vean aquí un ejemplo con los partidos españoles). Todo el mundo parece tener claro que derrochamos la energía y que tenemos que intentar ser más eficientes. El interés de este ahorro energético es, al decir de todos los partidos, principalmente económico; al decir de algunos menos, por una cuestión de responsabilidad medioambiental (para reducir emisiones de CO2, entre otras cosas) y, al decir de muy pocos partidos y siempre con muy poca publicidad, por el problema de la escasez energética. Se supone que con medidas de ahorro y eficiencia energética vamos a resolver muchos de los problemas actualmente planteados.



Creer que el ahorro y la eficiencia energéticos traerán por sí solos una mejora de la situación es desconocer completamente el contexto de la Paradoja de Jevons, a pesar de que ésta lleva formulada 150 años. Ahorrar energía en un sistema económico orientado a la producción es completamente inútil de cara a intentar disminuir el consumo total de energía: la energía que tú no utilices otro la utilizará para incrementar su output económico y por tanto las ganancias (como provocativamente decía Javier Pérez en el post que enlazo más arriba, "la chica que no besaste no se metió a monja"). Aunque por supuesto la Paradoja de Jevons no es una ley natural inexorable, para superarla se necesita de una profunda reforma del sistema económico y productivo que estamos bastante lejos de contemplar, y que por supuesto nuestros líderes políticos ni se plantean cuando hablan de eficiencia energética. Así que todas las medidas que apuntan hacia ahorro y eficiencia que se están planteando desde los programas de los partidos políticos se quedan bastante vacías de contenido si no se contemplan al mismo tiempo otras reformas que van mucho más allá de crear más y más reglamentación (por ejemplo, lo que propone el documento catalán para la transición energética), sino que implica cambios mucho más radicales (como los que proponía en el post "Una propuesta de futuro").

En todo caso, no deja de ser curioso ver cómo hay cierto consenso en el análisis económico de la situación actual al diagnosticar que el despilfarro energético es un problema (lo cual lleva implícitamente a aceptar que el sistema económico está orientado al despilfarro), entre otras cosas porque el despilfarro es algo visible a todo el mundo; como manera de redimir nuestras penas, insisten en que la clave está en mejorar la eficiencia y como si con eso hubiera bastante. Me resulta un tanto chocante que no se den cuenta (o no mencionen) de que, más allá de que la Paradoja de Jevons limita lo que se puede hacer con ahorro y eficiencia, hay un sentido económico en el despilfarro. Se despilfarra, en suma, porque eso es bueno para la economía. Por la misma razón, de manera general no despilfarrar lleva a una contracción económica.

Con todo, la discusión sobre la eficiencia energética no aborda el meollo de la cuestión, lo que realmente se discute cuando se habla de desmaterialización. El concepto realmente clave no es la eficiencia energética, sino la intensidad energética. Tal y como explica la Wikipedia, la intensidad energética nos da la relación entre PIB y consumo energético de un país. El significado directo es muy simple: un país con alta intensidad energética necesita consumir más energía por euro de PIB producido que un país con menos intensidad energética. Desde un punto de vista más conceptual, la intensidad energética nos informa sobre el metabolismo de las economías: nos indica cómo de eficientes son convirtiendo energía en (ejem) riqueza. Se supone que las economías más avanzadas del mundo tienen menores intensidades energéticas, dado que su progreso tecnológico las lleva a ser más eficientes.


Desde un punto de vista matemático, la intensidad energética nos da una medida de la sensibilidad del PIB al consumo energético (o viceversa) y por tanto es una magnitud cuyo cálculo es un poco delicado, ya que hay multitud de factores que pueden hacer cambiar este valor con carácter transitorio (ciertas inercias económicas, por ejemplo). Por otro lado, no todos los tipos de energía consumida son equivalentes y no todos los países están adaptados a los mismos tipos, lo cual puede proyectar una imagen un tanto confusa de la verdadera eficiencia de cada país. Por otro lado, si ya estimar la Tasa de Retorno Energético de una determinada fuente de energía tiene sus intríngulis contables, entre otros ser capaz de controlar todos los flujos de entrada y salida, imaginen cómo debe ser de complicado aislar todos esos factores cuando se refieren a un país. Precisamente, para aislar mejor todos los efectos transitorios, los cambios que llevan años a materializarse, etc es conveniente intentar estimar la intensidad energética de un país es una situación de cierta estabilidad, tras varios años operando bajo una situación lo más parecida posible. Sin embargo, los economistas suelen tomar los datos brutos de cada año, estimar la intensidad energética de cada año particular y sacar de ello conclusiones, incluso en momentos como el actual donde es evidente que se están produciendo cambios bastante radicales año a año y la situación está lejos de haberse estabilizado. No deja de ser curioso que no pocos economistas, embarcados en la suicida cruzada negacionista del cambio climático, exijan que les presentes décadas y más décadas de datos de temperatura superficial terrestre para hacer una buena caracterización de la tendencia global al calentamiento y no sean capaces de ver que las variaciones en la intensidad energética están siendo en determinados momentos mucho más fuertes y eso no les impide considerarlas descriptores fiables de la realidad a escalas de un año.
 

Como comentamos, la evolución de la intensidad energética de los países más industrializados (y como estandarte, los EE.UU.) es lo que lleva a algunos a afirmar que se está produciendo una desmaterialización de la economía; vean la siguiente gráfica, en la que se muestra la evolución de la intensidad energética (normalizada por el valor en 1950) de los EE.UU.:

Gráfica de la Energy Information Administration, Departamento de Energía de los EE.UU. Los datos históricos llegan hasta el 2013, a partir de ahí son proyecciones hacia el futuro: https://www.eia.gov/todayinenergy/detail.cfm?id=10191

Visto de esta manera, se comprueba que, efectivamente, los EE.UU. han hecho una impresionante mejora en su intensidad energética durante las últimas décadas, y especialmente a partir de las crisis de 1973. Las proyecciones de los mejores especialistas del BAU nos dicen que tal mejora va a continuar y que, por tanto, estamos delante de un proceso histórico, el de la desmaterialización (al menos energética) de los EE.UU.

Lo cierto es que tal afirmación no resiste el más mínimo análisis. Si uno toma los datos del último anuario estadístico de BP, el BP 2015, nos encontramos que la evolución del consumo total de energía de los EE.UU. ha sido netamente creciente en todo ese período, con un cierto bache final fruto de la crisis económica que se desencadenó en 2008 y aún estamos padeciendo (y que, como sabemos, no acabará nunca):

Gráfico extraído de la web Flujos de Energía, http://mazamascience.com/OilExport/index_es.html
 
Vemos, por tanto, que aunque en los EE.UU. el consumo de energía por unidad de PIB producido haya disminuido, la realidad es que su consumo total de energía ha crecido a buen ritmo durante todas estas décadas, con algunos sobresaltos como las crisis del 73 y la de principios de los 80, el estancamiento del 91, la ligera caída de 2001 y la actual crisis. Por tanto, resulta difícil justificar que la economía de los EE.UU. se esté "desmaterializando" si consume más energía que nunca. Pero los economistas no son gente que se arredre porque la realidad les contradiga, y así asistimos al nacimiento del concepto de "desmaterialización débil", o relativa: aunque el consumo total de energía haya seguido subiendo en los EE.UU. durante los últimos 30 años, la energía por unidad de PIB ha bajado y a buen ritmo. Siendo como son conscientes, los economistas, de que su argumento de desmaterialización no se sostiene en términos absolutos (consumo total de energía), suelen pasar directamente a los términos relativos (intensidad energética) para intentar convencernos con su discurso, mil veces repetido, de que el ingenio humano todo lo puede y que vamos a solucionar la crisis energética de esta manera.

Pero es que las estadísticas de intensidad energética son muy cuestionables. De entrada, por la presencia de factores transitorios como comentábamos más arriba. Por otro lado, el momento en que en los EE.UU. comienza el proceso más fuerte de reducción de su intensidad energética coincide, y no casualmente, con el momento en que las empresas del sector secundario comienzan a deslocalizarse a otros países con manos de obra y demás costes estructurales más baratos. De ese modo, todos los sectores de mayor valor añadido (y típicamente menos demandantes de energía y recursos, y por tanto también menos contaminantes) se quedan en EE.UU., mientras que las industrias de menos valor añadido (típicamente más pesadas y más consumidoras de energía) se van a Taiwan, China o la India. Con una hiperespecialización en los servicios, sobre todo los de intermediación financiera, se consigue incrementar el PIB al tiempo que el consumo de energía no sube tanto (no baja, sino que sigue subiendo porque los productos de China se siguen consumiendo en los EE.UU., y porque el consumo de la población sigue aumentando y en el caso de los EE.UU. de una manera bastante desenfrenada). De ese modo se consigue mejorar la intensidad energética de los EE.UU., pero a costa de disminuir la del mundo (como ahora las mercancías han de viajar largas distancias, se consume mucha más energía en todo la cadena desde la producción hasta la venta). Como que además esta táctica de desembarazarse de la industria más pesada no la pueden hacer todos los países porque al final en algún lado se han de producir los bienes consumidos por Occidente, lo ejemplar de la "desmaterialización débil" de EE.UU. resulta bastante cuestionable. Pero es que además ni siquiera EE.UU. es un ejemplo a seguir en materia de intensidad energética: un simple vistazo a la Wikipedia nos muestra que los países que tienen mejores intensidades energéticas (menores valores de consumo energético por unidad de PIB) no son precisamente los que se suelen reseñar como ejemplos de éxito económico: Congo, Perú, Uruguay, Marruecos... Hong Kong sale en el tercer lugar, pero justamente porque esa pequeña ex-colonia británica no tiene apenas actividad productiva y sí mucha actividad de servicios, lo cual favorece tener una baja relación entre energía consumida y PIB. EE.UU. tiene un intensidad energética (221,7 toneladas equivalentes a petróleo por millón de dólares, en 2003) por encima de la media mundial (212,9). Y si se quiere pensar que los países poco favorecidos que salen al principio de la lista son anomalías estadísticas merece la pena resaltar que los primeros países europeos que aparecen (todos por debajo de la media mundial y muy por debajo de la intensidad energética norteamericana) son, por ese orden, Irlanda (con 107,6 toe/M$), Suiza (122,3),  Malta (130,7), Dinamarca (133,2), Grecia (137,8), Portugal (138,2),  Austria (139,1), Reino Unido (141,2) y España (142,5). Si se fijan, aparecen países donde el sector financiero es fuerte (Suiza, Malta, Austria, Reino Unido) y países industriales que son de los menos eficientes en Europa (Irlanda, Grecia, Portugal y España), con la sola particularidad de Dinamarca. Así que en realidad el concepto de intensidad energética tampoco parece estar ofreciéndonos un diagnóstico muy útil sobre la eficiencia de las economías o su grado de desempeño; más bien, en el caso de las economías desarrolladas favorece a aquellos países donde el peso del sector servicios es muy grande. Esto explica también por qué los economistas prefieren mostrar la curva de evolución de la intensidad energética de los EE.UU. sin mostrar cuál es su posición real en el mundo porque su discurso se les tambalearía.
  
Incluso dejando de lado que resulte cuestionable que se esté produciendo una efectiva desmaterialización energética de la economía, hay razones fundadas para pensar que, en realidad, cualquier proceso de "desmaterialización", es decir, de mejora de la eficiencia económica a la hora de usar la energía, tiene un recorrido limitado. La razón es que la energía es la capacidad de hacer trabajo, y por tanto hay una correlación bastante estrecha entre consumo de energía y PIB: incluso aunque el coste económico de la energía suponga generalmente menos del 10% del PIB, su impacto en el crecimiento del PIB es de más del 60%, como muestra Gaël Giraud en sus trabajos. Por otro lado, James Hamilton argumentó que el coste de la energía no puede superar el 10% del PIB so pena de desencadenar una recesión económica, al menos en los EE.UU., al transmitirse sus costes por toda la cadena productiva. Pero, por otro lado, dada su importancia para el PIB, hay un coste mínimo para la energía, aún por determinar pero que no es ni mucho menos el 0%, como argumentaba Tom Murphy en un post traducido en este blog que vivamente les recomiendo leer: "Encuentro del economista exponencial con el físico finito". Como argumentaba el Dr. Murphy, en última instancia hay un ratio máximo de tamaño de la economía dividido por el consumo de energía y no puede aumentarse más; o dicho con otras palabras, si mejoramos la eficiencia para consumir menos energía entonces o los agentes económicos destinan la energía sobrante a otras actividades productivas (Paradoja de Jevons) o bien el valor de la economía cae, pues al final refleja el valor de la energía que consume.


Dejando de lado estas abstracciones, como sabemos, hemos entrado en una época donde la volatilidad del precio del petróleo será una norma. Los actuales precios bajos del petróleo vendrán sucedidos, pasando demasiado rápido a través de los valores intermedios, por precios muy elevados, y en ese momento se evidenciará que los desequilibrios en el mercado del petróleo son inherentes a él mismo y al momento que estamos viviendo. En ese momento probablemente los economistas insistirán en la selección de argumentos que favorecen su punto de vista desdeñando los que lo contradicen (cherry picking), y en ese sentido intentarán continuar hacer creer que la economía se está desmaterializando, como una manera de tranquilizar las conciencias en medio de un proceso de general depauperización. Esa misma estrategia siguió la AIE en su último informe, en el cual nos pretendía hacer tragar las ruedas de molino de que los EE.UU. y Europa van a conseguir aumentar su PIB en los próximos 25 años a pesar de que ambas regiones van a sufrir un descenso energético, más acusado en el caso de Europa. Es decir, según la AIE va a pasar algo extraordinario (una desmaterialización fuerte de la economía) que no se ha observado jamás y que, por las razones explicadas arriba, es físicamente imposible.




En realidad si uno baja de los análisis de hoja Excel y se va a pie de calle se da cuenta en seguida de que la "desmaterialización débil" (es decir, la mejora de la intensidad energética) de los EE.UU. es, en realidad, una cosa indeseable, por un detalle que los economistas suelen olvidar mencionar. Los años en los que EE.UU. mejoró su intensidad energética, que son los años en los que deslocalizó sus industrias pesadas, coinciden con los años en los que se ha producido, en los EE.UU., un más que considerable empobrecimiento de las clases medias. En las últimas décadas ha sido muy acusado, especialmente en zonas como el Rust Belt, que otrora fueron altamente industrializadas y ahora están en un penoso declive. Según diversas estadísticas, más del 10% de los estadounidenses son pobres (Feeding America cifra esta proporción en 1 de cada 7 - cuando yo empecé este blog hace 6 años decían que era 1 de cada 8). A falta de un estudio más detallado que analice causas y consecuencias, no es aventurado apuntar que la tan cacareada "desmaterialización débil" de la economía americana se ha conseguido sumiendo en el desempleo crónico y en la miseria a una parte apreciable de la población del país (el cual, por cierto, tiene una de las peores proporciones de población activa de Occidente: es la manera de hacer ver que el paro se mantiene por debajo del 9%, ya que hay gente que ya ni busca empleo y por tanto no se consideran población activa). Quizá esa creciente Gran Exclusión americana es la que está favoreciendo el ascenso de líderes populistas como Donald Trump (les recomiendo encarecidamente el análisis que a ese respecto hace John Michael Greer).


En resumen: No hay, a día de hoy, indicios que razonablemente sustenten la hipótesis de desamaterialización de la economía en ningún país del mundo y mucho menos en los EE.UU. Sí que los hay, abundantes y en la mayoría de Occidente, de destrucción de la clase media. Quizá, después de todo, la desmaterialización de la economía significa eso: la desmaterialización de la clase media. Pero eso no parece tan deseable, formulado de esta manera.

Salu2,
AMT

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