miércoles, 8 de junio de 2016

Dinámica de quiebra



Queridos lectores,

Es curioso constatar que, después de seis años de singladura en este blog y de tantas actividades de divulgación en las que he participado, hay varios obstáculos graves para conseguir la comunicación del problema de los recursos naturales que no sólo me sigo encontrando, sino que de hecho son el principal impedimento para que el esfuerzo que realizo sea más efectivo. Tengo el pobre consuelo de saber que estos obstáculos son, por lo que comentan, idénticos a los que tantas otras personas que han intentado el mismo fin se han encontrado, así que probablemente estos obstáculos no son nada fáciles ni evidentes de salvar y no todo es culpa mía. Pero, dada la importancia de lo que se pretende, no puedo conformarme con saber que nuestra incapacidad es común; y por ello intento una y otra vez intentar entender las causas de estos obstáculos, escuchando conversaciones en el tren, o leyendo comentarios por aquí y por allí en internet, especialmente cuando se descalifican el tipo de argumentos que aquí se usan (a veces directamente artículos publicados en este blog).

En la esfera peakoiler es moneda común describir como principal obstáculo que uno se encuentra en la divulgación del peak oil el denominado "síndrome de Casandra", o sea, la dificultad de ser creído cuando uno anticipa un futuro que no es tan de color de rosa como generalmente se está haciendo creer desde los principales medios de comunicación. El "síndrome de Casandra" es ciertamente un obstáculo importante: a la mayoría de la gente le resulta difícil aceptar que los problemas que se describen en éste y otros foros puedan ser tan graves como se anticipan, por más que se avalen los diagnósticos con profusos documentos públicos y datos provenientes de reconocidas instituciones públicas y privadas, por una lógica bien sencilla: si realmente fuera tan importante este tema haría repetidamente la primera página de los diarios y se comentaría con frecuencia en los telediarios, ergo, debe ser que quien habla está manipulando datos reales, posiblemente escogiendo aquellos que mejor cuadran con una posición previa, para presentar una visión sesgada de la realidad. Por ejemplo, en uno de los comentarios de aquellos posts de hace seis años, un comentarista me acusaba de leer del revés informes de la CIA y otras prácticas cabalísticas y libreinterpretativas, y siguió dándome la brasa hasta que yo le envié a, digamos, hacerse una revisión proctológica no profesional (curiosamente, aquel post trataba sobre el eventual pico de producción del carbón, el cual posiblemente hayamos superado ya o superemos en breve).

El "síndrome de Casandra" no es nada sorprendente teniendo en cuenta la autista dinámica bautómata de nuestra sociedad: la necesidad de mantener la manera de funcionar convencionalmente aceptada como correcta (el Business as Usual, o BAU) hace que automáticamente se filtren todas las noticias que podrían cuestionar este estado de los negocios, y es por ello que blogs como éste tienen que ser marginales por definición. Sin embargo, la degeneración social subsecuente a esta crisis que no acabará nunca ha llevado a una creciente desconfianza de una parte de la población occidental, principalmente la que se está viendo más azotada por la crisis permanente pero también aquélla que, sin aún estar preso de ella, teme estarlo en un futuro no tan distante. Incrementa la sensación de desconfianza la constatación repetida de la ocultación deliberada de los problemas que se suceden en otras partes del mundo y que de repente algunas personas se encuentran para su sorpresa: hace unos años era el ninguneo sistemático de las crónicas negras que si uno buscaba podía encontrar sobre la situación en Grecia, en Ucrania o en Siria; ahora mismo en España el foco de la negación de la realidad próxima está en Francia, donde se está viviendo un verdadero levantamiento popular contra la reforma laboral que el gobierno francés quiere imponer como un trágala y que está desencadenando una fuerte represión policial; a pesar de los paros en las refinerías, el cierre de centrales nucleares y de otras infraestructuras críticas y la evidencia de la respuesta de mano dura, en España se está haciendo una deliberada sordina mediática a todos estos problemas, comentándolos muy de pasada si es que siquiera se llegan a mencionar. Y si en el caso de las crisis en los otros países que antes mencionaba (Grecia, Ucrania, Siria) aún en algunos momentos ha habido cierto eco (para luego ser silenciado durante años, a pesar de que los problemas han seguido), pregúntese el lector si sabe cuál es la actual situación en Libia (donde una eventual intervención militar occidental parece cada día más probable), en Malí (donde hay tropas españolas) o en Nigeria, por poner tres ejemplos (más allá del de Venezuela, que ocupa la obsesión mediática española estos días). En este momento, es esa desconfianza de saberse deliberada y sistemáticamente desinformado lo que favorece que la discusión detallada que se hace en este blog y en páginas similares sea tomada en mayor consideración, sobre todo teniendo en cuenta que la evidencia avala las cosas que tanto tiempo llevamos explicando (por ejemplo, que la escasez de petróleo lleva a la volatilidad de precios, y no a un precio continuamente elevado como neciamente aún repiten los adalides del libre mercado). Así que cada vez somos menos Casandra, aunque aún falta un largo trecho que recorrer.

Con todo, a mi modo de ver no es el "síndrome de Casandra" el mayor obstáculo para la difusión de la problemática del peak oil. El mayor problema, al menos para mi, es la dificultad de hacer comprender cuál es mi objetivo último. Con demasiada frecuencia me he encontrado con respuestas airadas de lectores casuales de alguno de los apuntes de este blog, en las que pretenden que yo soy un catastrofista por decir que el futuro de progreso ilimitado no está en absoluto garantizado. Peor aún, cuando me limito a analizar datos (como hice recientemente en el post sobre el pico de la energía) se me suele acusar de tener una motivación oculta para decir lo que digo (que, generalmente, es un simple análisis de los datos), simplemente porque lo que digo (lo que se deriva de los mismos datos, en realidad) no coincide con una serie de expectativas previas. También, en no pocas ocasiones, cuando indico que en la actualidad se está produciendo una cierta tendencia particularmente negativa, se me acusa de apocalíptico e incluso de morboso, como si por el simple hecho de destacar que algo va mal yo estuviera deseando que la cosa continuara así indefinidamente hasta que todo reventase.

Como digo, el gran problema es que mucha gente no entiende por qué digo lo que digo. Paradójicamente, el hecho de que yo no declare un sesgo evidente hace que mi actitud sea más molesta, y no menos: si yo actuase de acuerdo con una cierta agenda política mi comportamiento sería, de alguna manera, más aceptable desde un punto social; simplemente se acepta o se rechaza una agenda que corresponde con un cliché estándar (ecologista, decrecentista, socialista, liberal...) y se ha acabado la discusión, ya no hace falta razonar más. Sin embargo, dado que yo no me caso con nadie y que sólo me interesan los argumentos lógicos y no los ideológicos, mi actitud resulta más extraña a algunas personas a las cuales mis argumentos no les gustan. Eso les lleva a atacarme con más virulencia, y en el paroxismo para intentar desacreditarme se llega con descaro a poner en mi boca o en mis dedos palabras que yo nunca pronuncié o escribí.

Mi motivación, lo he explicado mil veces, no puede ser más simple: yo quiero un futuro que merezca la pena ser vivido para mis hijos. Y ya puestos, para los hijos de todos, para toda la Humanidad que nos ha de seguir. Ya sé que a algunos esto les puede parecer muy tonto o muy banal; qué quieren que yo les diga, no doy para más: simplemente no hay nada más importante para mi.

¿Y por qué me dedico a hacer divulgación y no confío en lo que hagan las autoridades o expertos competentes? Pues porque no veo una reacción lógica delante de los retos cada vez más evidentes, y me parece que hay demasiado en juego para tomarse las cosas con tanta ligereza. Yo veo problemas graves en el horizonte, problemas que en realidad pueden ser abordados de forma eficaz, seguramente de varias maneras diferentes. Yo no soy quién para decirle a la Humanidad o a una comunidad cuál de esas respuestas es la mejor: no me corresponde y además, sinceramente, no sabría cuál elegir. Lo que me frustra es que en la discusión de los problemas energéticos la mayoría de las veces no veo análisis racionales, ni respuestas lógicas y creíbles, ni tan siquiera serias, a las cuestiones que se plantean: sólo humo y distracciones, que en el fondo, lo único que buscan es que nada cambie de lo que realmente le importa a quien promueve esos falsos debates. Lo que me alucina es el esfuerzo que se hace por negar que la energía está en la raíz de muchos de los problemas económicos que sufrimos actualmente, a pesar de la abrumadora evidencia; y que en particular las limitaciones con la energía son la causa por la cual no podamos salir de la actual crisis económica, al menos no mientras mantengamos el actual paradigma. Finalmente, lo que me enerva es comprobar cuántas mentiras y falsos argumentos se emplean, con el único objetivo de mantener a la gente engañada y tranquila mientras lentamente se va degradando su nivel de vida.

Este continuo esfuerzo de distracción hace que sea aún más difícil la gestión de riesgos, que en el fondo es lo que yo humildemente pido desde esta página. Que uno señale riesgos no quiere decir que desee que se materialicen; en realidad es exactamente al contrario: se quiere advertir del peligro para evitarlo. Curiosamente, hay personas que, aunque yo repita esto mil y una veces, insisten en que lo que deseo es que haya una catástrofe y luego me reprochan que ésta no se haya producido (?) y en unos plazos que obviamente yo nunca he dado (!). Con tal error de juicio sobre lo que yo y otros como yo pretendemos entenderán Vds. que se complica aún más la posibilidad de darle una respuesta adecuada a los problemas.

Si hablamos de cosas más actuales y concretas, hay de hecho un riesgo creciente que me preocupa más cada día que pasa, un nubarrón negro que no para de crecer en el horizonte, y es el de que se acabe produciendo una caída abrupta de la producción de petróleo debido a que hemos caído en una trampa económica que describía hace unos posts, a saber: que debido a la debilidad de la demanda el precio del petróleo ha caído demasiado, y al caer tanto se está desinvirtiendo demasiado rápido y en demasiada cantidad en el sector de búsqueda y desarrollo de nuevos yacimientos; y en un tiempo relativamente breve nos podríamos ver delante de una bajada demasiado brusca de la producción. Esa caída de la producción aceleraría la velocidad de rotación de la espiral de destrucción de oferta - destrucción de la demanda, acelerando nuestro descenso energético hasta el punto de volverlo completamente incontrolable.

Antes de profundizar más en el análisis de este problema, déjenme que repita lo obvio: esta caída acelerada con consecuencias potencialmente desastrosas no es lo que yo deseo, y si quiero hablar de ello es precisamente para que se entienda que este riesgo es real y se tomen las medidas adecuadas (para lo cual hay varias posibilidades) para evitarlo o como mínimo mitigarlo todo lo que se pueda.

El hecho de que al final se materialicen parte de los peligros que yo anticipaba tampoco me ofrece ningún consuelo, teniendo en cuenta lo que está en juego. El hecho de que se haya recurrido estos años a un petróleo poco asequible que estaba hundiendo económicamente a las empresas del sector (con pérdidas continuadas de más de 100.000 millones de dólares al año durante los años anteriores a la caída de precios actual) ha llevado a que, al final, probablemente el año 2015 haya sido en el que se ha producido el peak oil de todos los hidrocarburos líquidos, cosa que yo llevo diciendo desde hace años (al menos desde 2011). Lo cierto es que a efectos prácticos hubiera dado exactamente igual si al final el peak oil se hubiera producido en 2012 o en 2018 (y de hecho aún no podemos confirmar que 2015 haya sido el pico máximo, aunque la acelerada caída de producción en EE.UU. durante el último año prácticamente lo garantiza): lo grave es estar ya tan cerca del momento en el que la producción de hidrocarburos líquidos empieza a bajar, paulatinamente durante los primeros años, un poco más rápido después. Complica encima esta situación la habitual confusión entre "petróleo crudo" e "hidrocarburos líquidos": algunas personas creen que lo que digo está mal porque afirmo aquí que el peak oil de todos los hidrocarburos líquidos seguramente fue el año pasado y al mismo tiempo que el peak oil del petróleo crudo fue en 2005. Ha sido gracias a los petróleos no convencionales que durante 10 años se haya podido compensar la caída del petróleo crudo, pero como sabemos, a qué coste: la actual aceleración de la espiral

Y en realidad saber la fecha exacta del peak oil es difícil y en todo caso no cambia el problema, no modifica lo que se tendría que hacer desde el punto de vista de gestión de riesgos, especialmente porque la incertidumbre en la fecha final es de pocos años y no sobra tiempo para implementar cualquier medida de contingencia. Sin embargo, una parte desproporcionada del sesgado debate sobre este tema se fija en torno a dar la fecha concreta; y ahora que parece que sí, que ciertamente fue 2015 el año del peak oil, la discusión se desvía a minimizar su importancia: "Mira, parece que hemos llegado al peak oil y no ha pasado ninguna de las desgracias vaticinadas". De nuevo, que las peores consecuencias para Occidente aún no se hayan manifestado es poco relevante: sin un cambio radical de rumbo acabarán notándose más pronto que tarde; pero es que, de nuevo, no había predicción concreta para lugares concretos, sólo una paulatina y a veces más acelerada degradación económica para el conjunto de países. De hecho, si uno pregunta a un habitante de Yemen o de Siria si creen que su país ha colapsado en los últimos diez años no tendrán dudas en decir que sí, y el problema es que la nómina de colapsantes sólo puede crecer con el tiempo si no se empieza a poner remedio desde ya mismo.
 
La dinámica que sigue el agotamiento de los recursos es diferente de la socialmente esperada, aunque completamente natural en realidad. Lo que se espera desde las instancias económicas es que cuando la demanda sube el precio suba con ella, y que si el producto escasea el precio subirá lo suficiente para equilibrarse con la demanda o para que el mercado acabe proporcionando un substituto eficiente. No está contemplado en los libros de texto de Economía que tal substituto no exista, y eso hace que no se comprenda la dinámica actual, en la que no queremos pasar sin petróleo pero tampoco podemos aceptar que nos lo vendan por encima de un precio, el cual es insuficiente para el productor, que cada vez tiene mayores costes. Algo tiene que acabar cediendo, y en el momento actual es la producción: ya se estima que a finales de 2017 habrá una caída de producción de petróleo de 3 millones de barriles diarios (3 Mb/d) simplemente teniendo en cuenta los proyectos ya aplazados, y esta nómina sólo puede ir creciendo durante este año. Si la Agencia Internacional de la Energía nos informó de que en 2015 la inversión en exploración y desarrollo de nueva producción petrolífera cayó un 16% respecto a 2014, en 2016 se estima que respecto a 2015 caerá un 26% adicional. Tales tasas de caída se justifican por la lucha por la mera supervivencia de muchas compañías: se estima que en el primer trimestre de 2016 las compañías que operan en EE.UU. (donde se decía que se estaba produciendo una milagrosa revolución energética, el fracking, que ha demostrado ser una quimera) han tenido que destinar el 86% de sus beneficios solamente a pagar los intereses de la deuda. Y lo peor es que en 2016 expiran créditos por valor de 5.000 millones de dólares, pero en 2017 lo hacen 25.000 millones. Que estas empresas puedan devolver el principal parece dudoso, teniendo en cuenta los problemas que tienen ya sólo con el pago de intereses; y conseguir refinanciar la deuda será difícil, viendo lo mal que le va el sector. Todo hace anticipar, pues, el estallido de una nueva burbuja financiera (pues hay muchos derivados asociados al mercado energético), más recesión y por tanto menos demanda de petróleo, y de ahí precios más bajos para el petróleo y una profundización en la desinversión productiva en el sector petrolífero. Si un año y medio de precios bajos hace anticipar caídas fuertes de producción en pocos años, alargar la situación actual puede precipitarnos catastróficamente en el descenso energético.

He ahí los datos. ¿Es inevitable la caída? No, no lo es. ¿Existen soluciones para evitar o compensar los problemas? Sí, sí que las hay. Por ejemplo, se puede esperar a que la cosa empiece a degenerar y entonces los Estados pueden rescatar estas empresas petrolíferas a cambio de endeudarse más y reducir aún más sus prestaciones (más recortes), aumentando el descontento de sus poblaciones y tensando más la cuerda social. O también se podría decidir intervenir en el mercado del petróleo, de una manera más ligera como describía hace algunos posts, o de otras más intervencionistas, e intentar repartir la carga mientras la sociedad se adapta a la nueva situación. O bien utilizar este tiempo extra para planificar una transición, bien fantasiosa (asumiendo que las renovables todo lo pueden - sea o no cierto - y que se mantendrá el status quo actual) o siendo conscientes de que hace falta un cambio de paradigma. También se puede decidir no intervenir en absoluto y aceptar que la cosa irá a donde vaya.

Como ven, opciones hay muchas, y seguramente hay unas cuantas más. La clave es no matar al mensajero, sino comprender que hay decisiones que la ciudadanía tiene que tomar, y que para ello tiene que estar correctamente informada (evitando tratarla con paternalismos pretenciosos a los que muchas veces tiende los partidos políticos). Negar que se está produciendo el peak oil y que se nos agota el tiempo para reaccionar ciertamente no ayuda mucho en este contexto. En el fondo, calificarnos de catastrofistas a los que todo esto explicamos es una manera sibilina de hurtar un debate social que no debería ser ignorado por más tiempo, sobre qué modelo de sociedad queremos y el que tendremos si no reaccionamos.


Salu2,
AMT

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