lunes, 29 de mayo de 2017

Diario de trinchera: atrapar la oscuridad con las manos





- ¿Qué distancia hay entre León y Granada?

A pesar de que me esperaba cualquier cosa, la pregunta me pilló a contrapié. Estaba algo aturdido por el largo viaje; el jetlag aún no me había hecho efecto, pero había madrugado mucho aquel día y para mi cuerpo, a pesar del pleno día que hacía afuera, ya estaba casi anocheciendo. Aunque en aquella habitación sin ventanas fuera imposible saber si era de día o era de noche. Se diría que todo el ambiente estaba pensado para causar una sensación de irrealidad a los allí retenidos, deprivados de estímulos sensoriales, aunque al fin y al cabo los que por allí pasábamos sólo estaríamos una hora o así, mientras que los funcionarios que trabajaban en aquella sala tenían que pasarse su jornada laboral durante días y días; cabría preguntarse a quién perjudicaba más ese ambiente, a la postre.

Con ésta y otras cavilaciones había ocupado mi tiempo, mientras miraba mi reloj viendo que iba a perder mi correspondencia, antes de esa fatídica pregunta sobre la geografía española de la que aparentemente dependió mi futuro aquel día. Y es que durante la hora y cuarto que permanecí retenido allí antes de ser interrogado tuve mucho tiempo para pensar; al fin y al cabo, no se permitía el uso de móviles en aquella habitación (aunque vi a una chica escribir whatsapps a hurtadillas, escondiendo el aparato y sus manos dentro de su bolso). Lo único que había para entretenerse era una televisión, con la CNN siempre, pero los asientos estaban colocados de espaldas a ella, para hacer deliberadamente incómodo intentar mirar al aparato. Pero la televisión hace tiempo que no me interesa, así que tampoco me había apetecido pasar los minutos de angustiosa espera fijando mi vista en tan incómodo aparato.


Llevaba un libro conmigo, una novela, justamente para entretenerme durante los momentos en que no pudiera usar algún sistema de ocio electrónico: la poco reconocida ventaja de lo analógico, que funciona siempre y que es menos sospechoso que los dispositivos con chips y procesadores. Lamentablemente la novela que llevaba, regalo del último Sant Jordi, no me pareció apropiada para ser exhibida en ese preciso ambiente: "El pacifista que pretenia volar una discoteca". Me habían recomendado ese libro, que explica la radicalización política de un chaval apenas adulto en las postrimerías de la dictadura de Franco, y que para mi tenía el atractivo adicional de que los hechos descritos, que sucedieron realmente, transcurren en lugares muy familiares, en la comarca catalana en la que vivo. Pero, claro, sacar semejante libro en la sala de retención del control de fronteras de los EE.UU. en el aeropuerto de Newark podría hacerme parecer aún más sospechoso, sobre todo cuando más de uno y más de dos de los policías de fronteras hablaban un español decente y podrían entender el título del libro; si encima luego comprobasen que el texto está escrito en una lengua vernácula más incomprensible, la posibilidad de que acabase en un filtro de tercer nivel me pareció bastante real. Así que había dejado el libro en la mochila y había esperado pacientemente a que llegara mi turno para ser interrogado, sin yo ser capaz de imaginármelo, sobre la geografía española. Al fin y al cabo, estaba en un agujero donde uno sabe que si mantiene la calma acabará saliendo al cabo de un buen puñado de minutos, pero a pesar de lo cual te queda siempre la sorda inquietud de que te encuentren algo, de que una extraña pieza de información te haga parecer aún más sospechoso y caigas a un agujero aún más profundo del cual sea bastante más difícil salir. Y es que en realidad uno siempre es sospechoso. ¿Qué pasaría si ese agente que hablaba español se dedicaba a buscar información sobre mi en internet, y consideraba que mis posicionamientos sobre el capitalismo o la transición socioeconómica son demasiado disruptivos y peligrosos? ¿O si accediese a una hipotética ficha de seguimiento de algún cuerpo o fuerza de seguridad del estado español y viera que he mantenido contactos, aunque hayan sido completamente anecdóticos y de carácter técnico, con partidos políticos tan poco recomendables como Bildu, la CUP o Podemos? O vete a saber, quizá lo que no les gustase de mi fuera cualquier otra cosa que yo haya podido hacer durante mis 47 años de vida, cosas a las que yo no les he dado importancia pero que podrían parecerles poco convenientes o sospechosas. Podía leer ese mismo pensamiento en los ojos de muchas de las personas, unas dos docenas, retenidas en aquella sala. Había de todo: jubilados con marcapasos, madres con bebés en portabebés, estudiantes, hombres de negocios, un piloto de avión, un músico, un oficinista... y de todas las razas y credos, algunos más evidenciados externamente y otros menos. Era bastante obvio que se trataba de un control aleatorio y rutinario, pero, al final, ¿quién puede estar completamente seguro de que nada de lo que esté registrado sobre uno, vete a saber dónde, no te puede acabar arrastrando a ese lugar al que no quieres ir?

¿Cómo había ido a parar allí?

Hacía meses que sabía que se celebraba un importante congreso sobre salinidad oceánica en una de las más prestigiosas instituciones ocenográficas del mundo, el Woods Hole Oceanographic Institution. Sin duda era un contexto más que apropiado para mostrar los grandes avances que mi equipo ha desarrollado durante los últimos años, y eso mismo pensaron en la Agencia Espacial Europea, con la que trabajamos, por lo que nos insistieron en que participáramos. Así que una compañera del trabajo y yo nos registramos, hicimos los preparativos del viaje y nos habíamos encontrado en el aeropuerto de Barcelona aquella misma mañana, dispuestos a emprender el largo viaje desde Barcelona hasta Falmouth, Massachusetts, donde nos íbamos a alojar esos días.

Ya antes de salir de Barcelona a mi compañera le tocó un control aleatorio, junto con un buen puñado de otros pasajeros, a los que llevaron a una sala apropiada. Le hicieron preguntas breves y corteses, le revisaron someramente la maleta y ya está, todo rápido y discreto. Eso sí, le avisaron, si se aprueba la normativa que prepara el Congreso de los EE.UU., pronto no se podrán llevar portátiles en el equipaje de mano, sino que deberán ser facturados, y que incluso podría suceder tal cosa antes de que emprendiéramos el viaje de vuelta.

Después, ocho horas de vuelo hasta llegar a Newark y allí, al pasar el control de fronteras, fui seleccionado para un segundo cribaje; afortunadamente, esa vez mi compañera se salvó. Así fue como acabé en el pozo sensorial de aquella sala, mientras los minutos pasaban y mi correspondencia con el vuelo a Boston peligraba.

Cada pocos minutos alguno de los allí retenidos era interpelado para acercarse al mostrador donde un guardia de fronteras hablaba con él o ella, generalmente brevemente; después, le devolvían el pasaporte y le dejaban marchar. Era un goteo lento pero constante, y por lo que pude comprobar cada persona pasaba en media poco más de una hora en aquella sala. Según mis cálculos, eso me dejaba unos 20 minutos para llegar al avión a Boston antes de que comenzase el embarque, 40 minutos antes de la salida del avión. Estando en un aeropuerto que no conocía, las posibilidades de perder mi enlace eran muy elevadas. Y entonces, ¿qué? ¿Quién respondería por ello?

Coincidiendo prácticamente con el plazo que había estimado me llamaron. "Antonio María Turiel Martínez". Me levanté y fui al mostrador, intentando mostrar una sonrisa cordial y confiada. El escritorio de los agentes estaba en una tarima, de manera que el agente de fronteras queda muy por encima de la cabeza del interrogado, lo que incrementa la sensación de intimidación. 

El agente hablaba español, con fuerte acento estadounidense y mexicano. "¿Es Vd. de León?". "Sí", dije yo. "¿Cómo se llaman sus padres?". Le contesté. Y entonces llegó la pregunta de marras:

- ¿Qué distancia hay entre León y Granada?

Un segundo de titubeo, y contesté:

- No sé. Mucho. Qué sé yo, 800 kilómetros -respondí por fin. 


Sabía que de León a Madrid hay poco menos de 350 kilómetros, y de Madrid a Granada, pensaba, podría haber unos 400 o 500, de ahí mi respuesta.

- ¿Unas diez o quince horas manejando? - me preguntó entonces. 

- Hombre - dije yo - si fueran diez o quince horas conduciendo la distancia sería mayor.

- Muy bien, Sr. Turiel. Aquí tiene su pasaporte. Que tenga una feliz estancia.

Cogí mi pasaporte y me alejé torpemente del mostrador, en dirección a la puerta. En seguida me encontré con mi compañera, la cual había preguntado por mí y quizá había acelerado mi salida de aquel lugar. Más tarde pude comprobar que entre León y Granada hay 765 kilómetros por carretera, así que mi respuesta había sido bastante acertada. No pude evitar pensar qué hubiera pasado si me hubiera equivocado por mucho con esta distancia...

Faltaban 45 minutos para la salida de nuestro vuelo, pero aún nos quedaban muchos obstáculos. Tuvimos que pasar la declaración de aduanas, la cual afortunadamente fue muy rápida; después, salir a los mostradores de facturación, pues no nos daban la opción de hacer la correspondencia directamente; después, en medio de un gentío delirante, localizar nuestro vuelo. Afortunadamente, el vuelo a Boston sufría un retraso de nada más y nada menos que una hora y media, así que el hecho de que el vuelo no hubiera aterrizado en la mismo terminal de la correspondencia no fue tan grave. Tras orientarnos, cogimos el tren automático hasta el otro terminal y ahí llegamos a las puerta de embarque, con una fila portentosamente larga. 20 minutos de cola y ya llegamos al control de equipajes. Desafortunadamente, mi mochila se fue por un camino diferente a las de los demás: otra vez un control extra.

Me puse al final de la cola de desvío, a esperar que la agente de control de equipajes revisase el mío. Una familia con niños pequeños esperaba delante de mi. La agente se estaba mirando los pequeños botecitos que llevaban en su equipaje, probablemente jabones y champús, y ese gesto fue una muestra acabada de la absurdidad e impotencia de tanto control. ¿Cómo podría saber esa mujer si esas substancias era peligrosas sólo mirándolas? Era un total ejercicio de inutilidad.

Por fin me llegó el turno y la agente empezó a revisar mis cosas. La única cosa que le interesó fue mi portátil. Me asaltó una vaga inquietud: si me obligaban a encender el ordenador verían que utilizaba el sistema operativo Linux, y una cosa tan extraña me haría seguramente parecer muy sospechoso. Ya me veía dándole explicaciones a un agente malencarado en otra sala oculta de la vista del mundo, cuando la agente acabó de revisar mi portátil: tan sólo había escaneado la batería. Para cuando hube recogido todas mis cosas y vuelto a atarme los zapatos era exactamente la hora a la que estaba previsto que saliese nuestro vuelo de correspondencia.

Tan ajetreado paso por los controles había hecho mella en nuestro ánimo, pero nos consolaba la suerte de que el avión saliese con retraso y no lo hubiéramos perdido (lo cual hubiera desencadenado un pequeño tsunami de papeleo y reclamaciones, a diversas bandas encima ya que en el CSIC los viajes son tramitados obligatoriamente por una conocida agencia de viajes y se ha de pasar por ellos necesariamente para todo). Para nuestra desgracia, el retraso final fue aún mayor, pues ya en el avión éste aún tardó una hora más en salir. Para cuando llegamos a Boston, el último autobús a Falmouth, nuestro destino final, ya había partido y empezaba a ser un poco tarde (hora local, porque para mi reloj interno la hora era tardísima).

En el mostrador de las líneas de bus urbano explicamos nuestra situación y la opción que nos dieron fue que cogiéramos un autobús hasta Sagamore, que distaba unos 30 kilómetros de nuestro destino final, y que desde allí buscáramos el medio de llegar a Falmouth. Mientras mi compañera se informaba sobre los horarios yo llamé a un colega que sabía que ya estaba en Falmouth y que había tenido el buen criterio de alquilar un coche. Le expliqué la situación y muy amablemente se ofreció a venir a buscarnos a Sagamore.

El viaje en autobús estuvo también salpicado de anécdotas, sin mayor relevancia para lo que aquí se explica. En EE.UU. casi todo el mundo tiene coche y el autobús es un medio de transporte marginal y, para lo que es, relativamente caro. Tras hora y pico de trayecto nos dejaron, al azote del frío y de la lluvia, al lado de una gasolinera en medio de ninguna parte cerca de Sagamore. Al final nuestro colega nos rescató y pudimos llegar al hotel. Para cuando pude meterme en la cama hacía 25 horas que me había levantado, por lo que me fui a dormir, en horario español, a la hora en la que generalmente me levanto.

El congreso transcurrió bien, sin novedades reseñables; presentamos nuestro trabajo, pudimos conocer el trabajo de nuestros colegas, y tuvimos tiempo para discutir con ellos. Por la tarde paseábamos brevemente por Falmouth y cenábamos. Contrariamente a muchos lugares comunes que se dicen de los norteamericanos, la gente que nos encontramos fue amable y agradable, muy serviciales y comprensivos con el hecho de que al ser extranjeros no siempre comprendíamos todo lo que nos decían.

Llegó el día de la vuelta, y aún nos esperaba una nueva prueba con los controles obsesivos. Resultó que la agencia de viajes había contratado un vuelo Boston-Montreal-Barcelona, pero al llegar al mostrador de facturación nos informaron de que para pasar por Canadá debíamos haber solicitado una especie de visado electrónico y sin él no podían imprimirnos las tarjetas de embarque. "No se alarmen", nos dijo el amable empleado de Air Canada, "el formulario se completa online, se pagan 7 dólares canadienses y generalmente al cabo de unos minutos ya te dicen si puedes o no viajar". Así que nos fuimos a sentarnos a un banco e intentamos rellenar el formulario de marras con la wifi del aeropuerto, pero ésta iba demasiado sobrecargada y el proceso de pago fallaba siempre. Tras una hora de infructuosos intentos,  al final yo acabé llamando a mi mujer en España y le fui dictando los datos del extensísimo formulario, mientras mi compañera consiguió que le dejasen una tablet conectada a su red interna en el mostrador de Air Canada. Al cabo de unos minutos conseguimos la confirmación para viajar y pudimos sacar las tarjetas de embarque.

El acceso a las puertas de embarque fue caótico y desorganizado, con multitud de problemas y muestras de improvisación bastante ibéricas, y en el control de equipajes retuvieron esta vez el de mi compañera. Habíamos llegado al aeropuerto con cuatro horas de antelación, pero para cuando nos sentamos en el vestíbulo de las puertas de embarque faltaba menos de una hora para nuestro avión.


Ni mi compañera ni yo osábamos decirlo, pero ambos éramos conscientes de que si al pasar por Canadá nos sometían a los mismos controles obsesivos que habíamos sufrido durante todo el viaje perderíamos la conexión a Barcelona (sólo teníamos hora y cuarto para la correspondencia), y seguramente ya no habría ningún otro vuelo hasta el día siguiente. Así que cruzamos los dedos.

Al llegar a Canadá vimos una larguísima y serpenteante cola para pasar por el control de pasaportes y nos temimos lo peor; sin embargo, los ocho agentes que trabajaban en ella sólo se demoraban unos pocos segundos por viajero y al final, al cabo de pocos minutos y para nuestra incredulidad estábamos llegando a la zona internacional del aeropuerto internacional de Canadá, limpia y luminosa en contraste con todo lo que habíamos visto en EE.UU. Mi compañera no pudo evitar decir: "Por fin estamos en un país civilizado".

El vuelo a Barcelona transcurrió sin mayor sobresalto, y al llegar al Prat vimos una lenta y larguísima cola para pasar el control de pasaportes de los ciudadanos no comunitarios. Esta vez no nos tocaba a nosotros pasar por esa penalidad; en cuestión de pocos minutos atravesamos el control para los ciudadanos comunitarios. Por fin estábamos en casa, a salvo de controles obsesivos y de oscuros agujeros en los que caes sin saber por qué y sin saber si saldrás de ellos.


El mundo en colapso es un mundo muy diferente al que hemos vivido durante las décadas de la triunfante globalización. El miedo global, el terrorismo sin fronteras, la proliferación de guerras por los últimos recursos, todo ello nos arrastra insensiblemente hacia una supresión de las libertades civiles y un aumento de los controles obsesivos pero inútiles. Nuestra condición colapsante nos va arrastrando a la negrura, y los gobiernos, como las personas que se están ahogando en medio del mar, chapotean frenéticamente intentando salir de ese marasmo. Intentan atrapar la oscuridad con las manos sin darse cuenta de que son ellos mismos quien la crean, que son sus acciones, sus muchas manos levantadas, las que tapan la luz.

Antonio Turiel
Mayo de 2017



jueves, 11 de mayo de 2017

Anticapitalismo y postcapitalismo



Queridos lectores,

Es una historia repetida. Una persona concienciada comienza a investigar sobre las graves cuestiones de sostenibilidad y de viabilidad que aquejan a nuestra sociedad, y a medida que se va acercando a las causas profundas de los problemas observados se va dando cuenta poco a poco de que el problema es completamente estructural, que surge de un grave error de diseño del edificio social. Es sólo cuestión de tiempo que pase de hablar de vaguedades (como "el sistema", "escala de valores", "hábitos" o "alienación social") a hablar claramente de la raíz última de los problemas: "capitalismo". Da igual si esta persona se interesa por los problemas de la desigualdad social, de la superpoblación, la pérdida de biodiversidad, el acceso al agua, la alimentación, el agotamiento de los recursos naturales, el cambio climático, la gestión de las ciudades, las pesquerías, los recursos boscosos, la conservación del patrimonio artístico, la exclusión social, la gentrificación, la especulación inmobiliaria, la locura de los derivados financieros, la corrupción política, la gestión del territorio... Al final, al cabo de mucho tiempo y aunque a veces sea de manera reluctante todos acaban yendo a cuestionar el capitalismo.

No somos niños, hemos crecido y hemos sido educados en esta sociedad y sabemos qué significa hablar mal del capitalismo. Es criticar al capitalismo y surgen sarpullidos en nuestros oyentes. Incluso aunque uno haga una exposición pausada, poco emocional, basada en datos y argumentos, en el momento en el que uno pone en cuestión el capitalismo se suele producir una reacción contraria, en ocasiones virulenta.

Para mucha gente, el capitalismo forma parte de un conjunto de verdades aprendidas, y que no puede ser cuestionada porque es la base de nuestro edificio social. De manera muy poco crítica, estas personas interpretan que criticar el capitalismo significa querer destruir esta sociedad, sin que a quien está criticando le importe el caos que suponen que sobrevendría al fin del capitalismo. Por esa razón, en no pocas ocasiones pronunciar ciertas palabras desencadena toda una retahíla de clichés, de respuestas aprendidas y estandarizadas, que intentan reducir tal tipo de razonamientos y posiblemente a quien los sustenta a la categoría de inadaptado social, enfatizando el peligro que supondría para la sociedad seguir tan estrambóticas, alocadas y poco reflexionadas ideas. 

El adjetivo habitual con el que se cuelga un sambenito al crítico del capitalismo es el de "radical". No quiere decir eso que no se pueda ejercer un cierto grado de crítica, pues hasta los más adeptos al presente sistema se dan cuenta de sus muchas disfunciones, pero lo que separa la crítica socialmente aceptable de la locura revolucionaria se marca con ese adjetivo, "radical". Se puede ser "ecologista"  y defender la conservación de la naturaleza, los pajaritos y las flores y todas esas cosas, pero no se puede ser "ecologista radical" y pretender cosas como poner en peligro el crecimiento económico por futesas como el equilibrio térmico del planeta o el envenenamiento de ríos y océanos. Se puede ser "de izquierdas" y tener cierta preocupación social, afán redistributivo e inclinación hacia el igualitarismo, pero no se puede ser "de izquierda radical" y dejarse ir en una orgía estatalista y comunistoide que mataría al loado y muy eficiente libre mercado. Se puede, en suma, hacer una crítica social, pero no se puede ser radical y pretender cambiar todo, o peor que eso, lo que es intocable.

Dentro de la general perversión del lenguaje que domina nuestro tiempo (fenómeno éste, como otros observados, propio de las civilizaciones decadentes) está la confusión de términos. La palabra "radical" debería ser percibida como algo positivo, pero su uso repetido y único en cierto contexto la ha desposeído de su significado original y le atribuye otro diferente y negativo. Como tantas veces le he escuchando decir al maestro Pedro Prieto y a otros (hace unos días, a Marcel Coderch), ser radical es algo positivo, puesto que la palabra radical significa "aquello que va a la raíz". Justamente es de análisis superficiales de lo que vamos sobrados, y lo que más se necesita es ir a la raíz de los problemas, entender su origen último para poder corregir los problemas, actuando ya desde su comienzo.

Es también común que la persona concienciada que comentábamos al principio del post, si persevera en su empeño, se vuelva radical en el sentido propio de la palabra (es decir, que se afane en buscar el origen último de los problemas); pero al encontrar una y otra vez reacciones desabridas a sus reflexiones y comentarios, y al desesperarse viendo la vigencia y urgencia de actuar contra los problemas que tiene bien identificados se acabe volviendo radical en el sentido impropio (es decir, alguien inadaptado socialmente y con una actitud combativa y deletérea con respecto al sistema social vigente), esencialmente adoptando el role que los otros le atribuyen. Lo cual contribuye a cerrar el círculo y ayuda justamente a perpetuar el mito del peligro de la radicalidad en sentido propio, al asociarse a su sentido impropio.

Un ejemplo de esta adopción en falso de la radicalidad impropia por la propia lo encontramos en el uso del término anticapitalista. El término anticapitalismo en sí mismo es una demostración acabada de la radicalidad impropia, puesto que define una posición ideológica (seguramente muy rica y fundada teóricamente) sobre la base de una oposición a algo, en este caso al capitalismo. Formulado así, el anticapitalismo no puede existir sin la existencia del capitalismo, al cual se opone y combate. De ese modo, la denominación anticapitalista lleva asociada la derrota implícitamente, pues lo que evoca es la oposición a todo aquello que la gente asocia al capitalismo (sea o no parte de él), que al final es la oposición a todo lo que la gente común es y aspira a ser. Y no es que no haya multitud de cosas en el capitalismo a las que se necesita oponerse firme y frontalmente; incluso, es lógicamente defendible que los problemas del capitalismo son tan fundamentales, están tanto en su raíz, son tan radicales en suma, que no queda más remedio que oponerse a su idea misma desde los primeros principios. Sin embargo, la denominación "anti", por su carácter iconoclasta y de oposición, sólo puede generar el rechazo de los socialmente integrados y de los que sin serlo aspiran a ello; y rizando el rizo de la perversión lingüística, actúa como imán de ciertos inadaptados que, ellos sí, buscan la destrucción de todo por la destrucción misma. La perversión intelectual llega a su paroxismo cuando, ayunos de otros apoyos, las corrientes anticapitalistas abrazan a esos balas perdidas como "de los nuestros", en algunos casos haciendo propias sus muchas veces absurdas y destructivas causas. Llegados a punto, la derrota intelectual y moral es completa.

No caer en las trampas del lenguaje que con cierta habilidad van tejiendo los adalides del capitalismo resulta fundamental si uno quiere que la empresa de superación de los errores del capitalismo tenga la más mínima oportunidad de éxito. Por esa razón, es preciso abandonar denominaciones como "anticapitalismo" en beneficio de otras más adecuadas, como por ejemplo podría ser "postcapitalismo". Pues el objetivo final del activista social, ecológico o científico no es, o no debería ser, la destrucción del capitalismo, sino su superación. No se trata de destruir un edificio social que es fruto de una evolución con cierta lógica histórica y que ha cosechado muchos éxitos (aunque llevando consigo también muchos y muy graves fracasos), sino de hacerlo evolucionar para superar los problemas cada vez más graves y de abordamiento inaplazable. No se trata tanto de hacer una causa general contra los ganadores de la globalización y la hiperfinanciarización del mundo como de construir nuevas maneras de organizarse socialmente y de asignar los recursos en un mundo acuciado por tantas dificultades y limitaciones que impedirán que el capitalismo pueda durar ni tan sólo unas pocas décadas más, un mundo con unas reglas del juego nuevas que provocarían nuestro colapso si no somos capaces de abandonar el capitalismo por un sistema mejor adaptado a los retos del siglo XXI. 

Es verdad que algunos sectores aspiran a propinar un cierto castigo de los promotores del capitalismo, pero, ¿quiénes han sido? ¿Hablamos de hombres que vivieron hace doscientos años o de los que hoy en día siguen haciendo las cosas del mismo y suicida modo?. Y si miramos el problema desde la perspectiva de quién se ha beneficiado, ¿a quién contaremos, a aquellos que se han beneficiado más? ¿Más con respecto a qué? Posiblemente un occidental de clase media se ha beneficiado mucho más que el 80% de la población del planeta. El revanchismo conlleva una cierta carga de moralización, de sentimiento de superioridad moral de la parte de quien aplica el castigo sobre el castigado, y es por tanto subjetivo y completamente opinable. Quizá, y dada la urgencia y necesidad del momento, convendría más concentrar los esfuerzos en la transición inaplazable y si acaso señalar con el dedo no aquéllos que percibimos, y que son, los claramente beneficiados en el momento actual, sino a aquéllos que ponen trabas para efectuar esta transición.

Pero volviendo a la cuestión terminológica, hay gente que lleva muchos años en la brega del activismo social, ecológico o científico que mira con recelo la adopción de la terminología "postcapitalista" por su tibieza, y que con cierta razón señalan que tal término puede ser cooptado por los mismos de siempre y que su significado sea pervertido (análogamente a lo que pasó con el término "verde", que dio origen al de "capitalismo verde", o al de "sostenible", que dio lugar a la aberración conceptual del "crecimiento sostenible" o del ligeramente menos aberrante "desarrollo sostenible"). Eso es cierto, y además es lógicamente esperable que cuando el duro choque contra los límites biofísicos del planeta vaya haciéndose más evidente e innegable veamos aparecer propuestas "postcapitalistas" emanadas de think tanks crecentistas: recuerden cómo el entonces presidente francés Nicolas Sarkozy habló de "refundar el capitalismo", aunque en realidad seguramente pensaba en hacer los cambios mínimos posibles para que la cosa continuase. Pero es que en realidad el postcapitalismo no es una ideología sino una categoría; no es un término para condensar todas las posibles corrientes de pensamiento económico-social, sino más bien un trazo descriptivo que las agruparía a todas, incluyendo a las más continuistas. Además, el postcapitalismo es un término transitorio, pues aunque no se posiciona contra el capitalismo se sitúa justamente después de él, y por tanto lo sigue tomando como referencia. Poscapitalismo sólo marca una dirección a seguir y que sólo vale ahora, mientras estemos donde estamos; pero una vez alejados de los arrabales del capitalismo conviene designar aquello de que se trate exclusivamente por un término propio, que le designe por sí mismo y no con respecto a otra cosa, ya sea ecosocialismo, ecofeminismo, decrecentismo, municipalismo radical o lo que se quiera. También, el término "postcapitalismo" debe entenderse como un rasgo de toda proposición constructiva para superar el capitalismo, que busca más dotarnos de herramientas para superar el actual reto histórico que no un ajuste de cuentas moral. Es, en ese sentido, que al discutir de los límites del crecimiento y al buscar nuestro camino incierto para la transición, todos deberíamos considerarnos con orgullo radicalmente postcapitalistas.


Salu2,
AMT

martes, 9 de mayo de 2017

De hormigas y hombres



Queridos lectores,

Imagínense por un momento un hombre que por arte de un oscuro sortilegio fuese convertido en hormiga, pero que aún conservase la capacidad de razonar como hombre. Pensando simplemente en su supervivencia, su nueva condición tendría algunas desventajas, pero también algunas ventajas. Como hormiga sería diminuto, con lo que no necesitaría comer mucho para mantenerse y el mundo estaría lleno de cosas que podría ingerir; sin embargo, al ser tan pequeño, le costaría más acceder a algunos sitios, y podría pasar menos tiempo sin comer antes de morir de lo que sería capaz de soportar un hombre.

Nuestro hombre-hormiga, o nuestra hormiga-hombre, sería, como todas las hormigas, ciego. Y sin embargo tendría otros sentidos muy agudizados, y en particular la capacidad de percibir ciertas fragancias.

Ahora imaginemos a nuestro hombre-hormiga en medio de una pradera. Tiene hambre y no tiene otras hormigas a las que seguir. No sabe qué hacer, pero es consciente de que debe actuar rápido si no quiere morir. Pero no sabe dónde ir. Se mueve primero en una y luego en otra dirección, sin saber qué hacer, hasta que de repente percibe una fragancia. Un olor exquisito, de algo comestible: una manzana.  Si consigue llegar a ella está salvado.

Al principio el olor es sutil, casi indiscernible entre tantos olores de la pradera. Pero nuestra hormiga-hombre domina ya lo suficiente sus nuevos sentidos como para avanzar en la dirección de ese olor. Ahora ya lo percibe con toda claridad, la manzana está cerca, casi puede saborearla. Avanza hacia ese olor sublime, cada vez más intenso. Ya casi está.

Pero algo no va bien. Fue avanzando y el olor se volvía más intenso, pero ya no. Ha llegado a un punto donde ya no sabe cómo seguir. Parece que avance hacia donde avance el olor se va debilitando, y nuestro hombre-hormiga retrocede, para no perder el rastro; así, repetidas veces avanza en diferentes direcciones, primero en un sentido y luego en el contrario. Desesperado de no conseguir llegar a su objetivo, empieza a dibujar una espiral, haciendo círculos cada vez más amplios centrados en el punto donde percibe mejor el olor, pero no consigue nada. La manzana está allí, pero no la encuentra, no puede alcanzarla. El desgraciado hombre-hormiga de nuestra historia, atrapado en su lógica de búsqueda de hombre más que de hormiga, dará vueltas en círculo sin encontrar nunca la manzana y al final muriendo de hambre.

Una hormiga de verdad no tendría este problema. Seguiría una trayectoria errática, sin rumbo definido.  Quizá ella no llegase a la manzana, pero una hormiga de verdad nunca está sola, y algunas de sus muchas compañeras acertarían a subir por el tronco de un árbol un poco distante, y quizá unas pocas acabaran yendo por la rama de donde colgaba, a cierta distancia del suelo, la jugosa manzana que anhelaba nuestra hormiga-hombre. Después, y tras haber arrancado algunos trozos para llevar a casa, irían marcando el camino de regreso y eso favorecería que otras hormigas, aunque no todas, llegasen hasta la manzana. Al final, todas las hormigas llegarían al hormiguero, donde todas compartirían el botín del día.

El problema del hombre-hormiga es no comprender que se mueve en dos dimensiones pero intenta alcanzar algo que está en una tercera dimensión, justo encima de su cabeza. El hombre-hormiga es tan ciego a esa tercera dimensión como lo es a las otras dos, pero las otras dos las puede experimentar con sus patas y sus antenas. Percibe la manzana, pero no puede llegar a ella porque no puede volar. Se coloca en el suelo justo debajo de la manzana, oliéndola cerca pero sin poder llegar a ella, y emprende una búsqueda, primero sistemáticamente siguiendo varias direcciones diferentes, finalmente corriendo en espiral sin saber realmente dónde va, sin atreverse a alejarse del punto donde más cerca estuvo de la manzana pero desde donde nunca la podrá alcanzar. 

La metáfora del hombre-hormiga nos sirve para ilustrar el dilema en el que las sociedades occidentales llevan tiempo atascadas: la falta de dimensionalidad de los debates. En los dos últimos años hemos visto diversos países enfrentarse a una elección crucial y siempre dicotómica: el referéndum en Grecia, el Brexit, la elección de Donad Trump... El pasado fin de semana fue el turno de Francia, con la elección entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen, ganada - para gran alivio de los mercados financieros y de la Comisión Europea - por el primero. En todos estos casos, una sociedad que ve peligrar su modo de vida, una sociedad que se sabe deslizándose lenta pero inexorablemente hacia su colapso, busca nuevas direcciones hacia dónde moverse. Al igual que el hombre-hormiga de nuestro relato, la sociedad se mueve primero siguiendo líneas rectas: al principio lo hizo en el eje clásico izquierda-derecha, pero al estar éstos cada vez más desacreditados (como en Francia, donde ni el Partido Socialista ni la conservadora UPM colocaron a un candidato para la segunda vuelta de las elecciones) se van buscando nuevas direcciones. No es casualidad que toda la sucesión de elecciones que comentamos sean dicotómicas: es un movimiento entre dos puntos extremos, es una búsqueda en línea recta, unidimensional. Es la estrategia más banal, pero también la que como sociedad nos ha funcionado mejor hasta ahora. No hacía falta nada más complicado.

Por supuesto que la búsqueda lineal no permite salir del problema, sólo oscilar "debajo de la manzana" sin resolver nada. Es decir, las dos opciones que se plantean identifican correctamente cuál es el problema a resolver (llegar a la manzana), que típicamente es devolver el bienestar a una clase media que se siente amenazada; sin embargo, la dirección sobre la que proponen moverse no avanza nada en la resolución de ese problema y cuanto más se avanza hacia un extremo más se agravan los problemas, con lo que surge la reacción de ir en el sentido contrario. No es por tanto casualidad que delante de elecciones de carácter dicotómicas las sociedades aparezcan como "divididas", y con frecuencia las dos opciones están cerca del 50%, ganando una de ellas por poco margen. Esta división en partes virtualmente iguales muestra que los argumentos que se usan por una y otra parte son igual de convincentes (o de poco convincentes), y en el fondo lo que muestran es que la elección es prácticamente al azar, como resultaría de lanzar una moneda al aire. Es natural, puesto que ninguna de las dos opciones es buena y ninguna de las dos solucionará realmente el problema. Por volver al caso Macron-Le Pen (bastante análogo al de Clinto-Trump) no saldremos de la crisis ni "fomentando el crecimiento" (cosa ya imposible) ni "fomentando el nacionalismo" (cuando dependemos tanto de las materias primas que vienen del exterior).

A medida que se va instalando entre los ciudadanos la convicción de que ambas opciones son igual de inútiles, la abstención va creciendo, como ha sucedido en la última elección presidencial en Francia, donde la participación, a pesar de lo aparentemente crucial del momento, ha sido la menor en años (aún con niveles de abstención, 25%, que en España se considerarían bajos). Llegará un momento, a medida que la desesperación cunda entre las clases medias que se vean desposeídas, que se abandonará este movimiento lineal entre dos opciones enfrentadas e igualmente inútiles y comenzará el movimiento en espiral, probablemente cuando el nivel de abstención sea tan alto que reste toda legitimidad a la votación dicotómica.

La llegada a este punto de búsqueda afanosa y desesperada de soluciones vendrá empujada por la necesidad de la mayoría de la población. Lo comentábamos hace poco, al discutir sobre el fin del crecimiento: más de la cuarta parte de la población española está en riesgo de pobreza y exclusión, y eso cuando el PIB lleva dos años en buenas tasas de crecimiento - en contraste con los países de nuestro entorno. Toda la posibilidad de remontar desde el hoyo donde estamos es que el crecimiento continúe y a buen ritmo, pero eso es una quimera: en España se crecerá mientras el petróleo continúe barato y no se desencadene una nueva crisis financiera, pero lo último depende de un monumental castillo de naipes de derivados globales sobre los que nadie, y menos España, tiene ningún control; y con respecto a lo primero es sólo cuestión de tiempo, y no precisamente demasiado, que la fortísima desinversión de las compañías petrolíferas lleve a una súbita caída de la producción de petróleo y a que se dispare el precio del barril. Pero es igual, nuestros despistadísimos expertos siguen creyendo que el fracking va a remontar en EE.UU., confundiendo las ventas a precio de saldo y liquidación por cierre de las compañías de servicios con mejoras en eficiencia, y no anticipando el problema que ya ven en el horizonte de unos pocos meses tanto HSBC como la Agencia Internacional de la Energía. En este momento, con tanta ceguera y soberbia como se está prodigando, el hecho de dar por liquidados los problemas con el petróleo y resto de recursos naturales hará que la bofetada sea épica. Sin un cambio de rumbo rápido, la Gran Recesión que se desencadenará dejará pequeña la de 2008, con la diferencia de que ahora estamos, a nivel social, mucho peor que entonces.

Será precisamente esa inestabilidad social subsiguiente a la próxima e intensa oleada recesiva la que hará que cada vez más países occidentales abandonen la búsqueda unidimensional, a través de ejes un candidato frente a otro (Clinton vs Trump, Macron vs Le Pen) o de una alternativa frente a la otra (Sí vs No en Grecia, Leave vs Remain en el Reino Unido) y comiencen a establecerse dinámicas más complejas, los caminos en espiral del hombre-hormiga. Ese momento será especialmente delicado, porque se caracterizará por el surgimiento de un montón de iniciativas y una tendencia a que múltiples actores actúen desorganizadamente cada uno por su cuenta; las diversas administraciones pondrán en marcha planes diferentes y a veces contradictorios, y en general habrá una pérdida de credibilidad del poder. El movimiento en espiral puede acelerar nuestro colapso como sociedad, sobre todo porque algunas de las cosas que aún se podían mantener consistentemente en la etapa anterior (por ejemplo, la estabilidad de la red eléctrica) podrían perderse en el proceso.

Que lo que suceda a la inútil oscilación dicotómica sea un movimiento en espiral o que sea algo más útil y eficaz depende completamente de tener una buena comprensión de las raíces profundas del problema. El problema es no querer alejarse de ese punto central de la pradera, donde el olor de la manzana es más intenso pero al tiempo desde donde la manzana es inalcanzable. Hay que lanzarse a explorar otras direcciones, y hacerlo no de forma solitaria, sino colectiva.

Nuestro problema es que la sociedad, tal y como está estructurada, no puede garantizar los niveles de bienestar general que conoció en las pasadas décadas. Nuestro bienestar se asentaba en una gran disponibilidad de energía abundante y asequible, cuya cantidad crecía cada año. Eso se acabó. Probablemente hemos superado ya el pico del petróleo, y si no lo hemos hecho aún nos falta muy poco. El pico del carbón y del uranio parecen también superados, y en cuanto al pico del gas natural seguramente se va a producir antes de una década. Las energías renovables tienen muchas limitaciones y no tienen capacidad de cubrir el agujero que dejan tras de sí las no renovables, sobre todo con la rapidez que éstas irán descendiendo. 

Por tanto, nuestro rumbo es el del descenso energético, pero eso no significa que nuestra decadencia y eventual colapso sea inevitable. No. Es cierto que dentro de nuestro paradigma económico actual esta crisis no acabará nunca, pero en realidad la mayor parte de la energía se derrocha porque tiene un sentido económico hacerlo. Hay que abandonar la idea del crecentismo y explorar nuevos caminos, hay que lanzarse a buscar el tronco de ese árbol por el cual trepar a la manzana.

Hemos dejado de ser el Homo invictus, el hombre que se creía todopoderoso aupado en su abrumadora tecnología que estaba apuntalada por una cantidad ingente de energía; y al comenzar a faltar ésta nos hemos convertido en un nuevo hombre, el hombre-hormiga, pero no uno cualquiera, sino uno que se resiste a aceptar su nueva condición hormiguil, las nuevas reglas del juego, con sus nuevas limitaciones (por ejemplo, la ceguera) pero también sus ventajas (por ejemplo, la capacidad de trepar por las paredes). Si dejamos de ser hombre-individuo y comenzamos a ser hombre-sociedad, si nos movemos juntos explorando todos los caminos para conseguir nuestra manzana, el bienestar de la mayoría, lo podremos conseguir. Hace falta, simplemente, que primero nos liberemos de toda nuestra soberbia.


Salu2,
AMT

jueves, 4 de mayo de 2017

Tasa de Retorno Energético y Eficiencia: qué nos dicen y qué no

Queridos lectores:


JotaEleEne nos ha querido ofrecer otro lúcido ensayo sobre la relación entre la Tasa de Retorno Energético y la eficiencia, en esta ocasión con una visión no muy estándar entre los picoleros y con ciertas dosis de polémica, pero con la calidad acostumbrada. Les dejo con el trabajo de JotaEleEne, el cual sin duda les interesará.

Salu2.

AMT


Tasa de Retorno Energético y Eficiencia, qué nos dicen y qué no
En términos generales eficiencia o rendimiento es la cantidad de energía que aprovecha el sistema en relación a la energía que utiliza. Es el cociente entre la energía final y la energía primaria suministrada al sistema. Las estadísticas nos proporcionan estos datos directamente así que sin problemas.
Según la Wikipedia se conoce como tasa de retorno energético (TRE) al cociente de la cantidad de energía total que es capaz de producir una fuente de energía y la cantidad de energía que es necesario emplear o aportar para explotar ese recurso energético. La fórmula es TRE=Energía total de la fuente/Energía invertida.
Un cociente menor o igual que 1 indica que la energía de la fuente es menor o igual a la energía consumida, por lo tanto una fuente de energía será tanto mejor cuanto mayor sea su TRE, puesto que eso implica que se obtiene una mayor cantidad de energía neta utilizable por cada unidad de energía invertida en ella.
El cálculo de la TRE se hace todavía más complicado si queremos incluir además costes energéticos asociados como la energía que se necesita para construir una presa, un parque eólico o una plataforma petrolífera.
En este trabajo nos limitaremos a sacar la TRE de los datos estadísticos que proporciona al Agencia Internacional de la Energía (AIE), así que prescindimos de los costes energéticos asociados.
Si hacemos el cálculo de la TRE con datos estadísticos nos sale lo mismo que la eficiencia ya que ambas se calculan con los mismos datos, la diferencia está en que en la eficiencia se relacionan la energía primaria y la final y en la TRE se relacionan la energía primaria y las pérdidas (energía primaria – energía final). Viendo la gráfica lo podemos comprobar.
 
Gráfica 1:Eficiencia y TRE mundial. Datos de AIE.
 
Ya que con datos estadísticos TRE y eficiencia es lo mismo, yo prefiero utilizar el cálculo de la eficiencia dentro de las gráficas, ya que el concepto de la eficiencia no lleva los costes asociados que si puede llevar la TRE, además la estadística incluye ya los datos directamente. Por lo tanto en el resto del trabajo usaré el cálculo de la eficiencia en las gráficas que lo necesiten.
Vemos que tanto la TRE como la eficiencia disminuyen con el tiempo. La disminución de la eficiencia  y la TRE influye en el aumento de las pérdidas en el sistema energético mundial. El post  Pérdidas crecientes en el sistema de abastecimiento energético mundial muestra desde una perspectiva global de todas las energías como aumentan las diferentes pérdidas.

Eficiencia total y eficiencia total de generación eléctrica
En las dos gráficas que vienen a continuación vamos a comparar la energía primaria, final y la eficiencia tanto de la energía mundial como de la generación eléctrica mundial y vamos a comentar sus diferencias.
Gráfica 2: Eficiencia del total de la energía mundial. Datos AIE
 
Gráfica 3. Eficiencia del total de generación eléctrica mundial. Datos AIE

En las dos gráficas vemos que mientras la eficiencia de la energía total mundial baja, en el caso de la generación eléctrica sube, aunque la distancia entre las líneas de la energía primaria y final aumente con el tiempo en ambas gráficas. Esto es debido a que en la energía total mundial en proporción crece más la energía primaria que la energía final; en cambio, en la energía eléctrica crece más la energía final que la energía primaria, o sea, las pérdidas decrecen.
En la gráfica 2 vemos que al final de la gráfica la eficiencia parece que detiene un poco su progresión de bajada, esto es debido principalmente a tres factores:
  • Al menor uso del carbón en la energía primaria, tanto en uso final como en generación eléctrica.
  • Al parón nuclear de Fukushima.
  • El auge de las renovables de área eléctrica.
¿A que es debido el crecimiento de la eficiencia en la generación eléctrica? (grafica 3). Si quitamos de la generación eléctrica las tecnologías que no tienen pérdidas como la hidroeléctrica, la solar y la eólica, la eficiencia baja mucho; sin embargo, la gráfica todavía mantiene una tendencia creciente en la línea de la eficiencia. Si quitamos además el gas entonces la línea de la eficiencia pasa ya a ser decreciente. Por lo tanto, la eficiencia sube por el aumento en generación de las renovables y de los ciclos combinados de gas natural.
Sin duda las renovables deberían ser el camino a seguir en generación eléctrica debido al incremento de la eficiencia que inducen en el sistema. Sin embargo, las renovables tienen un problema muy grande, que es el bajo factor de carga que tienen. Esto hace que haya que montar mucha infraestructura renovable para que luego devuelvan muy poca energía al sistema. Esto a su vez hace que el crecimiento renovable sea muy pequeño y por lo tanto quede anulado solo con el crecimiento de la demanda del consumo eléctrico mundial. En la siguiente gráfica lo podemos ver.
Gráfica 4: Proporción de energía primaria utilizada en generación eléctrica

Vemos en la gráfica que actualmente solo las nuevas tecnologías renovables eólica y solar pueden aguantar el tirón del crecimiento en el consumo mundial de energía eléctrica. La todavía creciente hidroeléctrica ya no puede; por lo tanto, la proporción actual comparada con 1990 es un poco más pequeña. La hidroeléctrica de grandes pantanos hace tiempo que llego a su cenit en los países OCDE; cuando llegue al cenit en los países no-OCDE, si continúa el crecimiento mundial de consumo eléctrico, la hidroeléctrica irá a menos como le está ocurriendo a la nuclear. Habrá que ver si las nuevas tecnologías renovables eólica, solar y quizás geotérmica pueden sostener ellas solas el crecimiento de la generación eléctrica renovable.

En el sistema energético mundial no tiene sentido hablar de TRE del petróleo.
Esta idea ya la dejé caer en el post anteriormente relacionado. (ver gráfica 2 del post Pérdidas crecientes en el sistema de abastecimiento energético mundial). Visto lo poco que caló la idea en medios picoileros insisto ahora con algunos argumentos más.
La AIE facilita en su balance energético los datos de gasto energético en uso propio cuya definición le da como la energía primaria y final consumida por las industrias de transformación para su calefacción, bombeo, tracción, y alumbrado. Aquí se incluyen, por ejemplo, el uso propio de la energía en las minas de carbón, el consumo propio en las centrales eléctricas (que incluye electricidad neta consumida por acumulación por bombeo) y la energía utilizada para la extracción de petróleo y gas natural. Con el gasto energético en uso propio están formadas las siguientes dos gráficas.
Grafica 5: Gasto energético en uso propio. Datos de AIE

 
Gráfica 6: Gasto energético en uso propio. Datos de AIE.

Las dos gráficas están formadas con los mismos datos, la gráfica 5 representa las diferentes energías en forma independiente y lineal y en la gráfica 6 se representa la proporción de cada energía a lo largo del tiempo. Se ve perfectamente como cada vez se utiliza menos el petróleo para la extracción de los diferentes combustibles y cada vez se usa más la electricidad y sobre todo el gas natural. Esto y las menores pérdidas en transformación hacen que inevitablemente la energía neta del petróleo sea cada vez más alta, todo lo contrario de lo que se supone. Esto son datos cuantificables que los podemos sacar de las estadísticas; a continuación las gráficas de la energía primaria, final y eficiencia correspondientes al petróleo, al gas natural y al carbón.
Grafica 7: Eficiencia creciente en el petróleo. Datos AIE
 
Gráfica 8: Eficiencia decreciente en el gas natural. Datos AIE

Gráfica 9: Eficiencia decreciente en el carbón. Datos AIE.

Los periodos de meseta e incremento que tiene la eficiencia tanto en el gas como en el carbón son debidos a la distorsión que produce la energía destinada a la generación eléctrica con gas y carbón. Quitando esta energía la eficiencia es descendiente en ambos combustibles.
Vemos en las tres gráficas anteriores que la eficiencia del petróleo es la más alta y que además es la única que está en crecimiento; esto es debido a que el petróleo y sus derivados apenas son gastados en transformación y usos propios. Por poner un ejemplo, en la generación eléctrica, que es la transformación que más pérdidas tiene con diferencia, el petróleo y los productos petrolíferos solo son usados un 6%, mientras que el carbón es usado un 50% y el gas natural un 18%. Y además las pequeñas transformaciones restantes son en su mayoría para formar petróleos sintéticos. Todo esto hace que en el petróleo y sus derivados, la gran mayoría de la energía consumida sea usada en destino final, el transporte en gran medida, de ahí su alta energía neta.
Esta alta eficiencia y energía neta en el petróleo convierte en especulativo cualquier cálculo en el que se pretenda tener en cuenta su TRE, y por supuesto no reflejará la realidad. Esto conviene tenerlo en cuenta porque quizás esta sea una de las causas que inducen a la multitud de predicciones fallidas que acaban desacreditando y haciendo perder la confianza en el mensaje picoilero.

Ignorando la TRE
Acabamos de ver como se está potenciando el gasto del petróleo y sus derivados en energía final, limitándoles cada vez más en usos propios y transformaciones, usándose para estos últimos usos el gas, el carbón y la electricidad. Esto hace que no tenga sentido calcular la TRE de los combustibles fósiles de forma individual.
El sistema tiende a globalizar todas las fuentes de energía y en especial de las que más dispone como son el gas y el carbón. El gas está resultando una energía casi tan eficaz como el petróleo, está sustituyendo a éste en prácticamente todos los sectores de consumo (se puede ver en Consecuencias del cenit del petróleo). En el transporte todavía no está sustituyendo al petróleo, pero sólo porque no lo necesita; por ahora se limita solo a facilitar la fabricación y extracción de petróleos no convencionales y en declive, pero en un futuro podría incluso empezar a sustituir a éste en automoción, ya que un motor de gasolina normal con pocos cambios puede admitir el gas.
El carbón ya no es tan eficaz como el gas; sin embargo, si lo convertimos a electricidad sí. Actualmente el 58% del carbón es usado para generación eléctrica y solo el 28% es usado en consumo final.  
Todo esto lo podemos ver en el siguiente gráfico de la energía del mundo por combustibles y sectores.
Gráfica 10: Energía primaria y final del mundo por combustibles y sectores, año 2014. Datos de AIE
 

Los sectores representados en la gráfica que pertenecen a la energía final son la industria, el transporte, residencial, comercial  y servicios públicos, y finalmente otros usos en el cual hemos englobado la agricultura, la pesca, gasto no especificado y gasto en uso no energético.
Se puede ver en la gráfica que el gas natural y la electricidad son las energías más adaptadas a todos los sectores de la energía final exceptuando el transporte, que está altamente especializado en los derivados del petróleo. Vemos también que el carbón está prácticamente especializado en generación eléctrica. Puede parecer que también está especializado en industria, pero solo en el caso de China que consume el 66% del carbón del sector de la industria. La OCDE solo consume un 11%, dependiendo totalmente en este sector del gas natural y de la electricidad con un 33% cada uno
Todo esto hace que mientras el carbón y sobre todo el gas natural se comporten como fuentes de energía ilimitadas el sistema tratará de adaptarse a ello sin tener en cuenta conceptos como TRE, eficiencia, pérdidas o contaminación.
Con la energía renovable pasa parecido, da igual que algunas tecnologías como la solar tengan una TRE baja; con el excedente energético que nos proporciona el gas y el carbón todo es viable. Una vez pasado el cenit del gas el mundo tendrá que enfrentarse cada vez más a un escenario progresivo de menos energía y por lo tanto de los nuevos proyectos energéticos se desecharán las energías menos rentables, posiblemente las que tengan menos TRE como la fotovoltaica.
El caso de la energía nuclear es aún peor; hoy el mundo almacena multitud de residuos nucleares de miles de años de duración a costa del grandísimo excedente de energía que todavía se dispone gracias a los combustibles fósiles. En el futuro y con la energía total en declive se tendrá que seguir desviando energía para seguir custodiando estos desechos. Y con el agravante de que probablemente sin el aporte de la energía nuclear, ya que se habrá llegado al cenit del uranio, y además se procurará no generar más residuos. Esto significa que nuestros descendientes cargarán con un problema que nosotros hemos ignorado por no querer tener en cuenta conceptos como el de la TRE.
Como ya se ha visto, no tiene mucho sentido calcular la TRE de fuentes aisladas en un escenario global de energía. También vemos que una cifra aislada de la TRE no nos dice gran cosa. Sin embargo si tomamos toda la progresión y vemos la gráfica de todas las fuentes de energía en su conjunto (gráficas 1 y 2), hay algo que sí nos dice claramente y no se quiere tener en cuenta. La TRE baja progresivamente y se va acercando al uno, y por lo que vemos, de forma imparable. Que no se diga luego que no nos está avisando.

¿Y cómo se puede reflejar esto en la economía?
Aunque puede parecer que no tenga que ver con el tema, dado el creciente interés economicista de buena parte de la peña picoilera, intentaré reflejar un hipotético escenario de cómo puede afectar la escasez de energía a la economía mundial.
Para empezar hay que tener en cuenta algunos conceptos sobre economía:
  • La economía no es una ciencia. Es una serie de reglas cambiantes que nosotros mismos nos vamos marcando. Los que tenemos ya algunos años hemos podido constatar lo que ha cambiado la economía hacia formas más insostenibles: intereses por los suelos, bancos descapitalizados y acceso a créditos sin ninguna garantía. Se prima el derroche y no el ahorro. Endeudarse hoy es moda cuando antes era casi un pecado.

  • La economía actual ya es insostenible per se. Es un sistema basado en la producción de grandes cantidades de productos baratos para potenciar el consumo. Y que a su vez para ser más competitivo y tener los productos más baratos promueve la mecanización, la inmigración  y la deslocalización de empresas buscando una menor y más barata mano de obra. Esto hace que la masa laboral pierda cada vez más poder adquisitivo lo que tarde o temprano repercutirá en el consumo.

Como vemos la economía no necesita de escasez de recursos ni escasez de energía para irse al traste, ya lo está haciendo por sí misma. Sin duda si añadimos a la ecuación la escasez de recursos y de energía, ayudarán y acelerarán el proceso.
En caso de que antes no se vaya al traste la economía yo contemplo tres etapas donde la economía tendrá que actuar o cambiar:
  1. Auge de petróleos no convencionales: En esta etapa es en la que estamos metidos actualmente. Se caracteriza porque los petróleos no-OPEP han llegado al límite y se empieza a compensar con petróleos no convencionales. La producción OPEP todavía resiste, aunque controlada la producción según los intereses de la organización. Estos petróleos no convencionales son más caros y necesitan de precios más altos. Debido a dinámicas del mercado los pecios pueden bajar como ha pasado recientemente, y esto hace que las empresas se resientan. El sistema compensa la situación de forma satisfactoria haciendo trampas, permitiendo endeudarse a los países productores y a las empresas energéticas afectadas.
  2. Cenit del petróleo: La OPEP llega al cenit lo cual significa que su producción va a disminuir poco a poco y año tras año. Los petróleos no convencionales apenas pueden mantener la demanda. En pocos años el precio sube mucho.
En este caso ya no sirven de nada las compensaciones económicas, se ha llegado a un límite físico y por lo tanto de nada sirve hacer trampas con la economía. El sistema económico no tiene más remedio que cambiar para adaptarse a la nueva situación.
Al sistema todavía le queda un balón de oxígeno, que es prescindir de la automoción ya que el vehículo privado es el sector de mayor consumo de productos petrolíferos del mundo y a su vez el más prescindible. Es la mejor opción, ya que tanto en el coche eléctrico como en el de gas sus previsiones de crecimiento son bajas a corto y medio plazo,
Aparecerán campañas de difamación del automóvil apuntando a su contaminación, peligrosidad, congestión del tráfico, etc. Se restringirá su uso en núcleos urbano. Se subirán los impuestos al automóvil para penalizar el uso y la compra. Y a todo esto añadiendo el alto precio del combustible.
  1. Cenit del gas: El mundo llega al cenit del gas lo que significa que el gas detiene su crecimiento pasando a disminuir poco a poco. Junto al gas también se ve afectado el petróleo ya que el gas era el que hacía viable la decreciente pero todavía grande producción de petróleo.
Probablemente con el cenit del gas también se llegue al cenit de la energía mundial, ya que aunque queda el carbón, éste es mucho menos eficaz en su producción en su transporte y en destino final; resulta más útil cuando es usado masivamente en generación eléctrica más que en destino final, aunque a costa de una contaminación y unas pérdidas brutales.
Debido a esta menor eficacia del carbón, muy probablemente no va a poder sustituir al gas; por lo tanto, todos los sectores de la energía final quedarán afectados, y más especialmente en los países desarrollados que dependen fuertemente del gas. Con el cenit de la energía, el consumo mundial de energía no puede subir más y empieza a bajar, y con él también el PIB. El sistema económico mundial basado en el hiperconsumo de productos baratos ya no puede sostenerse ya que cualquier cosa que hace el sistema le cuesta energía que está empezando a escasear; por lo tanto el cambio de la economía es obligado y tiene que producirse hacia economías más tranquilas que gasten mucha menos energía. Es el fin de la sociedad de consumo.

Las variantes de este escenario pueden ser diversas; y debido a la falta de fiabilidad de las reservas las fechas de cambio son imposibles de estimar, a la etapa dos se podría pasar el próximo año o dentro de diez. Si se alarga la etapa uno, se podrían dar casi al mismo tiempo la etapa dos y la tres. La OPEP podría forzar un cenit artificial, ya lo intentó en el 2004. Podrían ocurrir crisis parciales como la del 2008,  etc.
Queda la duda de cómo se producirá el cambio final a la etapa tres, si más o menos traumático. Supongo que esto dependerá de la capacidad que tenga el ser humano de reconocer el problema. Conceptos como la TRE y la eficiencia nos ayudan a entender y a asumir la situación, pero lo que es por ahora, poco caso que les estamos haciendo.

Saludos.
JotaEleEne