miércoles, 15 de junio de 2016

Causas y consecuencias de la salida del Reino Unido de la Unión Europea: la perspectiva energética.



Queridos lectores,

No hace aún un año analizaba desde este blog la situación que se planteaba en Grecia con el referéndum que el Gobierno de Syriza le planteaba a su población sobre si estaba dispuesta a aceptar más recortes a cambio de un nuevo crédito a corto plazo (mal llamado siempre "rescate") o bien quería romper la baraja. En aquel momento yo contaba con que, si el pueblo de Grecia escogía rechazar el "rescate" asfixiante, Grecia estaría condenada a salir de la zona euro. No contemplaba yo que la extorsión ejercida por la troika, con la colaboración necesaria del Banco de Grecia, llevaría al Gobierno de Alexis Tsipras a rendirse incondicionalmente y a aceptar aún más deuda para pagar deuda, en contra de la opinión mayoritariamente en contra expresada por su pueblo. El caso es que, un año después, los problemas de Grecia no han terminado sino que, obviamente, se han seguido agravando tal y como anticipábamos. La claudicación de Tsipras delante de la troika llevó a varios ministros a abandonar el gobierno (incluyendo Yanis Varoufakis, el mediático ministro de Economía) y a la convocatoria de elecciones anticipadas, que volvió a ganar una descafeinada Syriza. Desde entonces, se han producido varias huelgas generales y manifestaciones en protesta por las inclementes medidas de reducción de derechos y de prestaciones que el Gobierno griego ha copiado con buena letra de los dictados de la troika. A diferencia de España, donde el incremento del endeudamiento público ha permitido una cierta mejora económica durante 2014 y 2015, en Grecia la recuperación económica ni está ni se la espera. En el transcurso de los próximos años Grecia tendrá que continuar renegociando cada vez más onerosos contratos de usura vendidos como "rescates", y eventualmente en algún momento tendrá que plantearse su salida de la zona euro.

Pero antes de eso un nuevo factor de incertidumbre ha aparecido en la escena europea. En este caso se trata de la posible salida de la Unión Europea del Reino Unido (también conocida como Brexit). A diferencia de Grecia, cuyo PIB representa menos del 0,2% del de la UE, el PIB del Reino Unido está alrededor del 17% de toda la Unión. A pesar de que el Reino Unido no pertenece al núcleo monetario de la Unión, la zona euro, es una economía de mucho peso en Europa y su eventual salida desestabilizaría mortalmente la Unión Europea. Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Analicemos la situación con unos argumentos que raramente son los que se utilizan en esta discusión, los de la crisis energética.


Situación actual:

El auge de UKIP, el partido nacionalista y euroescéptico, y la contestación dentro de su propio partido llevó al primer ministro británico David Cameron a plantear la necesidad de hacer un referéndum para consultar a la población de las islas sobre su interés en permanecer en la Unión Europea. Seguramente los estrategas de su partido consideraron que era necesario plantear este referéndum, en parte porque la larga tradición democrática del Reino Unido no permitía ignorar el creciente clamor popular (como se suele hacerse sin embozos en otras latitudes) y en parte porque tal referéndum permitiría desactivar una de las principales bazas el UKIP. Desactivaría el argumento, obviamente, si el "Sí" a la UE gana el referéndum; pero cuando faltan ocho días para la consulta, algunas encuentras apuntan a que el "No" aventaja al "Sí" en casi 10 puntos (aunque con un porcentaje importante de indecisos). Los partidos tradicionales han comenzando a comprender el riesgo que están corriendo y estos días han puesto toda la carne en el asador para intentar parar lo que sería un movimiento telúrico a nivel mundial tanto por sus consecuencias políticas como por las económicas.


Lo que en principio era una buena estrategia política para dejar sin argumentos a una fuerza política emergente podría volverse completamente en contra del partido conservador y por ende del establishment político. Demasiado tarde ha comprendido el Gobierno británico que David Cameron tiene mala prensa entre las clases populares que secundan masivamente el Brexit, ya que le atribuyen muchos de sus presentes males. Por eso la campaña del Gobierno se centra ahora en mostrar las opiniones de personalidades de prestigio, incluyendo científicos, e incluso dan eco mediático a las declaraciones pro-UE del hasta hace poco muy demonizado nuevo líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn.


Causas:

A posteriori es fácil decir que el movimiento del Partido Conservador británico de llamar a sus conciudadanos a las urnas ha sido un error; sin embargo, la visión un tanto clásica de la situación social británica no concedía ningún margen de credibilidad a este posible revés. De hecho, la misma estrategia de desactivar los conflictos permitiendo que se debatan abiertamente y que al final el pueblo vote le sirvió hace menos de un año para desarmar otro conflicto político de gran potencial desestabilizador: la independencia de Escocia. Ocurre, sin embargo, que la cuestión escocesa tocaba un tema más localizado y menos asociable a los actuales problemas económicos en las islas, lo cual favorecía la diversidad de opiniones entre los escoceses y que finalmente triunfase (aunque por un margen tampoco extremadamente holgado) la opción más conservadora y menos arriesgada. La salida de la Unión Europea, por el contrario, es un tema mucho más transversal y que hace mucho tiempo que en el Reino Unido se asocia con los presuntos perjuicios económicos originados por la pertenencia a la Unión que perciben la población. Un tema que es recurrente es el que la UE favorece los flujos migratorios hacia el Reino Unido, tema que preocupa actualmente fundamentalmente no tanto por la  escasez del trabajo (el paro es sólo del 5%) como por la caída de los salarios. Estamos hablando nuevamente del problema de la devaluación interna: debido al incremento del coste de la vida y la caída de la renta disponible de la clase media, la vida en el Reino Unido es cada vez menos asequible.

La carestía de la vida es más acuciante para los perceptores de rentas más bajas, que corresponden a las personas que desempeñan empleos menos cualificados. Estas personas se sienten especialmente amenazadas por la llegada de emigrantes mayoritariamente no europeos, los cuales pueden fácilmente acceder a las cuantiosas ayudas sociales que el Reino Unido ofrece a sus clases sociales más desfavorecidas. No pocos asocian sus crecientes dificultades con un "exceso de inmigrantes" y creen que se deberían endurecer los filtros fronterizos, para que "la gente de aquí" pueda mantener su estándar de vida "de siempre". Y de este poso de descontento popular ha bebido el UKIP, adoptando una bandera ramplona y populista.

Visto desde una perspectiva europea (y no digamos ya española), el nivel de ayuda social del Reino Unido continúa siendo increíblemente elevado y por tanto asombra un tanto tanta reacción ante las tímidas reformas que se han introducido en él. Desde el continente se comprende mal, en todo caso, qué tiene que ver el problema son los inmigrantes no europeos con la pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea. Sin embargo, desde el Reino Unido la UE ha sido siempre percibida como una molestia, a veces conveniente pero generalmente fastidiosa. En particular, muchas veces se le ha echado la culpa a la UE de la implantación de cierta legislación demasiado bienintencionada y generalmente nociva para los intereses del Reino Unido, y pocas veces se ha explicado que la trasposición de directivas europeas muchas veces ha respondido a los intereses de la elite británica y en algunos casos, en los que las directivas europeas podían favorecer los intereses populares, justamente no se han traspuesto. Lo mismo da. Ese espantajo de la UE es lo que agita el UKIP cuando dice que con la salida de la Unión Europea y el restablecimiento de estrictos controles en las fronteras se evitaría la llegada masiva de desposeídos que anhelan el paraíso británico y que están perjudicando a sus nacionales, y muchos así lo creen.

En clave nacional, un aspecto interesante del referéndum sobre la permanencia en la UE es que ha puesto de manifiesto el creciente rechazo al primer ministro Cameron. Muchos de sus compatriotas no le perdonan que haya aprobado leyes para reducir la asistencia social a las rentas más bajas y en general medidas de ajuste y recortes, todos ellas en realidad bastante tímidas y que dejan el nivel de estos servicios a una escala suntuaria visto desde aquí. Lo cual demuestra que el camino del descenso es más duro de transitar que el del ascenso.

La generalización de los servicios sociales que protegen las rentas más bajas arrancaron con fuerza en los ochenta, con la bonanza del petróleo. Es la época en la que el Reino Unido empieza a explotar masivamente el petróleo que extraía en los campos del Mar del Norte, los del petróleo tipo Brent que aún hoy se usa de referencia de precios en Europa a pesar del indisimulable y precipitado descenso de su producción.
Como pueden ver en la gráfica que sigue a estas líneas, durante los años 80 el Reino Unido comenzó a exportar petróleo y vivió un tiempo de una bonanza económica que Margaret Thatcher supo atribuirse con habilidad.




Para conseguir la paz social, durante los años 80 los ayuntamientos comenzaron a ofrecer múltiples ayudas, comenzando por viviendas de alquileres muy moderados o incluso costeadas por el municipio. Hoy, más de 30 años después, la bonanza del petróleo es un recuerdo (el Reino Unido llegó a su peak oil a finales de los años 90 del siglo pasado y desde 2005 ha de importar petróleo), pero ese período único de la historia británica ha originado hogares británicos de clase más baja que albergan hasta tres generaciones en las cuales ninguno de sus miembros ha trabajado jamás.

No es por ello casual que, cuando la producción de petróleo comenzó a acelerar, el Reino Unido consiguió generar un importante superávit comercial (ver figura bajo estas líneas). Tras el bache de producción de finales de los ochenta, el Reino Unido recupera brevemente su superávit comercial, pero la llegada de su peak oil envía definitivamente al Reino Unido al terreno del déficit comercial permanente, poco antes de dejar de exportar petróleo hacia 2005. No es tampoco casual que desde 2005 el consumo de petróleo del país comenzara una ligera caída, en un intento de evitar un incremento más acelerado del déficit. Obviamente el Reino Unido tuvo que acometer un importante cambio en su estructura económica y social para poder conseguir esa reducción de consumo, algo que comentaremos con más detalle después.



No sólo la producción de petróleo empezó su declive con el cambio de siglo; también lo hizo la del gas, combustible fundamental para la generación eléctrica y para la industria británica. Como en el caso del petróleo, el Reino Unido ha ido reduciendo su consumo durante la última década para evitar incrementar su déficit comercial.

 
Tal descenso relativamente abrupto en dos fuentes de energía sólo se ha podido capear cambiando la estructura industrial del país. Efectivamente, desde 1990, explotando con habilidad los excedentes de la época del petróleo, el Reino Unido consiguió hacer una gran transición económica centrándose en el sector de los servicios financieros, con la City londinense como mascarón de proa. Entre tanto, el Reino Unido ha reducido su industria, sobre todo la más pesada y más intensiva en energía. De ese modo ha conseguido aumentar su PIB y al tiempo mantener su consumo de energía relativamente constante: el sueño de la desmaterialización de la economía hecho realidad, vamos. 

La razón por la cual el Reino Unido no se usa como ejemplo de desmaterialización es que su modelo no es exportable a ningún otro país: el Reino Unido ha conseguido concentrar una parte muy significativa de la intermediación financiera mundial en Londres, a costa de que obviamente quede menos negocio en el sector para cualquier otro posible actor (y los británicos defienden su nicho de negocio con una fina mezcla de agresividad y pragmatismo). Lo cierto es que sin esta financiarización del Reino Unido el país hubiera caído en una grave crisis económica del estilo de las que describíamos en el post "La bancarrota petrolífera". Pero conseguir este milagro económico no se ha hecho a coste cero: el Reino Unido sufrió una de las reconversiones industriales más duras de Europa durante los 80 y los 90 que destruyó la industria pesada que la crisis de los 70 había respetado, y que dejó humillada y de rodillas una clase trabajadora a la que sólo se pudo apaciguar con las políticas sociales que comentábamos más arriba.


Hasta hoy. La paz social comprada con las medidas masivas de cobertura social, financiadas primero con los excedentes del petróleo, después con los del sector financiero, no da mucho más de sí: los primeros entraron en crisis con el cese de las exportaciones petrolíferas en 2005, y los segundos con el hundimiento del sector financiero en 2008. Es en este contexto que David Cameron ha tenido que comenzar a hablar de recortes, esos que las clases populares no le perdonan. Entre tanto, esa clase social que en España formaría parte del 20% de la población en peligro de pobreza y exclusión, en el Reino Unido aún disfruta de cierto bienestar pero está desnortada y ha perdido en parte su conciencia de clase, a veces recuperada con destellos como la explosión de violencia de 2011: miles de chavs saqueando no en busca de una dignidad de clase sino de smartphones y zapatillas de marca, manjares del banquete de hiperconsumo al cual no están convidados, generaciones zombies del "No future" post-punk. Un caldo de cultivo perfecto para el populismo del UKIP, y un ejemplo más de que la política del resentimiento social que comenta John Michale Greer avanza con fuerza en el mundo occidental.

Consecuencias:


Si al final las fuerzas favorables al "Sí" consiguen enderezar la situación (quizá hasta ahora no se habían tomado en serio el reto, quizá el anuncio del avance del "No" se hace intencionadamente para movilizar a los indecisos) el Reino Unido continuará en la Unión Europea, lo cual se percibirá desde los círculos económicos y financieros como algo positivo, pues justamente lo que más interesa a la principal industria del Reino Unido es que el capital pueda circular libremente. Dada la inevitable decadencia del modelo económico occidental, el Reino Unido seguirá el mismo camino que el resto de la UE, hasta que algún día eventualmente sus caminos comiencen a divergir.


Pero si al final el resultado del referéndum es el "No", se abriría un inesperado y proceloso rumbo tanto para el Reino Unido como para la UE y el mundo. De entrada los mercados financieros entrarían en modo pánico, pues los costes de la secesión serían muy elevados a ambas orillas del Canal de la Mancha, con ramificaciones que llegarían a lugares muy lejanos. Dado que hace tiempo que se multiplican los signos de debilidad económica mundial y que las bolsas europeas no acaban de levantar cabeza (con el sector bancario en el punto de mira, también en España), toda la tensión acumulada acabaría por estallar y arrastraría las bolsas de medio mundo a explorar niveles no vistos ni en la recesión de 2008; con todo, ése sería sólo el efecto a pocos meses vista.

El Reino Unido, celoso de su soberanía, nunca cedió a la tentación de abrazar la moneda única europea, el euro, y eso facilitaría la transición, la cual en todo caso llevaría bastantes meses (se dice que un par de años). La presión para detener el proceso durante todo ese tiempo sería muy intensa, pero si a pesar de ello la secesión llegase a buen puerto se abrirían perspectivas completamente nuevas. De entrada para los presupuestos de la Unión, pues el Reino Unido es un importante contribuyente neto a las arcas europeas. También afectaría gravemente a la economía de la UE y más aún a la del Reino Unido el que todos los intercambios transfronterizos se vieran dificultados.

El Reino Unido lleva sufriendo hace años las consecuencias de haber llegado a sus no muy publicitados peak oil y peak gas; prácticamente cada invierno la Red Eléctrica Nacional emite comunicados avisando sobre restricciones en el suministro de electricidad, justamente porque las bajas temperaturas disparan el consumo pero el suministro de gas no aumenta. Hasta ahora el problema se ha abordado con interrupciones de suministro a las empresas, pero no sería de extrañar que se acaben produciendo restricciones al consumo doméstico. En este contexto, por tanto, resulta extraño que el Reino Unido haya cerrado varias centrales nucleares



Es extraño, o quizá con su flema británica los gobiernos del Reino Unido están demostrando un pragmatismo desconocido en otros lares. A estas alturas es evidente que hay problemas recurrentes con el suministro de uranio, y como vimos  al analizar el pico de la energía la nuclear es una fuente en clara decadencia desde hace décadas. Mientras el gobierno francés opta por una huida hacia adelante que le lleva un día a invadir Malí para salvaguardar sus minas de uranio en Níger y al otro a rescatar, por segunda vez, a la compañía suministradora francesa de uranio Areva, quizá los británicos han decidido que ya es hora de soltar lastre de una energía que será complicado de gestionar en una situación de descenso energético.

Al fin y al cabo, el Reino Unido es de los pocos países que tiene una comisión parlamentaria para analizar los límites del crecimiento, y desde hace años su gobierno ha tomado numerosas iniciativas para abordar el problema que representa el cenit del petróleo, organizando encuentros con la industria y ONGs o proponiendo medidas adecuadas para la gestión de la escasez energética que superan el credo liberal en que el libre mercado será capaz de gestionar una situación de recursos menguantes con eficacia (cuando probablemente lo que haría sería acelerar el colapso).

Es posible que, más bien al contrario, una parte de las elites del Reino Unido hayan comprendido que para adaptarse al descenso energético hay que trabajar con un modelo no convencional de sistema económico y de país. Y para ello el primer paso es zafarse del dogal de la UE, quien obstruiría todas las reformas que se deben emprender. En todo caso, el futuro más sencillo y natural a corto plazo para un Reino Unido fuera de la UE sería aumentar aún más su industria financiera e incluso convertirse con descaro en un paraíso fiscal, para atesorar recursos mientras los demás colapsan más rápido.

Todo eso, por supuesto, es una visión completamente especulativa. Lo que no es especulativo es que un Reino Unido fuera de la UE estaría mostrando el camino a tantos otros países en los que la permanencia no ya en la UE sino en el euro está en tela de juicio. Y si el Reino Unido consiguiese medrar relativamente al resto de la UE, aunque sea con un modelo que no se puede imitar, estaría dando incentivos para que al final más países acaben abandonando la UE. 

Salu2,
AMT

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